Tengo que registrar como una máquina el olor y la brutal topografía de sus cuerpos
Estoy a cuatro patas, con los ojos cerrados, con uno de ellos detrás de mí, empujando, con otro agarrándome del cuello y de los hombros para que no me mueva, con otro tapándome la boca con la mano, y me digo que no soy yo, que soy una cosa, cualquier cosa
una silla de jardín verde, la caja de cartón de un juguete barato, la pegatina del guapo cantante en una carpeta de instituto, las flores de plástico en una lápida negra y brillante, el agujero en el calcetín, el número bloqueado en el móvil, la arena de la playa, la caracola en la arena de la playa, el vacío susurrante dentro de la caracola en la arena de la playa, el rumor de las olas, la lentitud de las nubes, los consejos de mis padres, la terrorífica y tentadora idea de morir; y me digo que tengo que abrir una caja fuerte en mi mente y guardar allí un informe con todos los datos que pueda recordar de estos hombres salvajes, cínicos, impensables, que tengo que registrar como una máquina sus caras, esculpirlas en piedra imaginaria, retener el olor de sus carnes sudorosas, la brutal topografía de sus cuerpos, lo que pesan y lo que miden, las imperfecciones en la piel, sus bastos acentos al gritarme obscenidades, sus uñas sucias y sus nudillos rugosos, el corrosivo sabor de sus salivas, sus jadeos roncos y sus bramidos de inmundo placer, los colores de sus ropas que no parecen baratas, las manchas en sus pantalones por restregarse por el suelo, sus cortes absurdos de pelo grasiento, el tufo de sus colonias como almizcle en la noche, que tengo que inventariar cómo me manosean las tetas, me aprietan las nalgas, me tiran del pelo, me arañan la espalda, me abofetean con delirio, todo el repertorio que son capaces de imitar del porno más misógino que han visto en internet, cómo se van turnando, cómo esperan su turno, cómo se mueren porque les llegue su turno, otra vez, nerviosos y con los ojos enrojecidos como depredadores en la selva, cómo me dicen con sarcasmo ¿te gusta, zorra? sabiendo que le hablan a una cosa paralizada por un pánico inconcebible; aunque lo que no saben es que esta cosa ahora callada e indefensa, esta cosa que están rompiendo para siempre y ya nunca se podrá arreglar, está construyendo a toda prisa un mapa del porvenir, por instinto de supervivencia, o lo que sea, que esta cosa que utilizan como un chute de droga ha empezado a prepararse y ya está viajando hacia el futuro, quizá lejano, que ya está estudiando durante días, meses, años las costumbres de estos hombres socialmente irreprochables y anónimos, sus rutinas, sus debilidades, que ya está esperándolos en el sitio y momento adecuados, uno a uno, como un fantasma del pasado, que esta cosa hueca y apática ya está, en cierto modo, como una premonición inevitable, torturándolos con aséptica actitud, sin emoción, cercenándoles sus miembros para hacérselos comer deliciosamente cocinados al jerez, torturándolos con la elegancia de un cirujano para que no pierdan el conocimiento, obligándolos a verse morir lentamente frente a un espejo, no por placer ni por odio ni por venganza, sino como una experiencia para ellos puramente educativa, la gran enseñanza de toda una vida, para que entiendan en el último instante, sobrecogidos por la emoción de haber sido expuestos a un conocimiento tan profundo y tan claro de sus propias existencias, que son residuos inútiles que inexorablemente fluyen hacia el sumidero de la nada.