Abandonad toda esperanza

Terror de pipas

Abandonad toda esperanza, salmo 10º
Hubo un tiempo en que el cine español contaba con una industria de la que ahora, por el momento, carece. Películas españolas en su totalidad o coproducciones con otros países europeos (mayoritariamente Italia y Alemania) triunfaban de continuo en taquilla, y el star system patrio -concepto que en estos años se empieza a recuperar- iba más allá de dos o tres nombres.

Por ello, en ese tiempo que ahora parece tan lejano, había un cine de género(s) español. Y no me refiero solamente a burdas imitaciones de los magistrales spaghetti westerns de Sergio Leone, de los cuales de muchos el progenitor renegaba ("Soy el padre de un montón de hijos de puta", llegó a afirmar), sino también de cine policíaco y de terror.

El boom del llamado "terror de pipas" español se produce a finales de los 60, con La marca del hombre lobo (debut del entonces casi siempre criticado Paul Naschy, hoy encumbrado a la categoría de mito por miles de fans de todo el mundo) y, sobre todo, de La residencia, película con la que Chicho Ibáñez Serrador imitaba más que acertadamente los ambientes malsanos y erotizados de la productora británica Hammer; y alcanza hasta finales de los 70, cuando de nuevo Ibáñez Serrador filma la reivindicable ¿Quién puede matar a un niño? Y, más allá de la calidad de muchos de esos títulos, que no nos engañemos en gran parte eran como poco mediocres y a veces hasta infumables, hay que reconocer que vistos hoy en día rezuman encanto por los cuatro costados, gracias a sus burdos efectos especiales y al descaro con el que introducían, aunque fuese con calzador, el elemento sexual.

El especialista en el género Carlos Aguilar vuelve a la ficción con Nueve colores sangra la luna, una novela que precisamente homenajea este cine; particularmente el subgénero del giallo o policiaco italiano, repleto de enigmas en apariencia irresolubles, crímenes sangrientos, asesinos vestidos con abrigo y guantes de cuero negro, y toques de erotismo más o menos sofisticado.

A los que continuamente buscan nuevos placeres, les recomiendo encarecidamente que se hagan con la novela: se lee con rapidez y provoca gozo, y aunque da la sensación de que no es necesario recrearse demasiado en ella, conforme pasa el tiempo tras su lectura deja poso en el lector. Como el mejor cine de género, vaya. Y, de paso, descubrirán a cineastas y títulos -ojo, que se citan tanto películas que existieron realmente como otras fruto de la imaginación de su autor- que podrán recuperar en formato digital. Luego pongan unas palomitas en el microondas... y como el Cinexín: click, clack, y a disfrutar.

Nueve colores sangra la luna de Carlos Aguilar está editada por La Factoría de Ideas (2005).

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