Tesis sobre dos thrillers
Abandonad toda esperanza, salmo 360º
Para explicar la diferencia entre dos términos que a menudo se confunden como intriga y suspense, el maestro del ídem Alfred Hitchcock contaba una pequeña historia que acabaría rodando para televisión, y en la que alguien había colocado una bomba de relojería que había que encontrar antes de que estallara. Hitch señalaba que si el director apostaba por situar al espectador al mismo nivel que el protagonista que intenta localizar el explosivo, estaríamos ante un relato de intriga. En cambio, si el espectador dispone de más información que el personaje y es testigo impotente de cómo el artefacto está oculto bajo la mesa a la que se sienta el protagonista mientras dialoga tranquilamente con otro personaje, nos encontraríamos ante un relato de suspense. Por supuesto, el cineasta cultivó ambos, juntos y por separado, y muchas veces con resultados sobresalientes.
Ahora tenemos en cartel dos thrillers herederos de su legado, aunque ninguno de los dos apueste claramente por la intriga o el suspense. Empecemos por Tesis sobre un homicidio, segunda película dirigida por el argentino Hernán Goldfrid que se vende como lo nuevo de los productores de El secreto de sus ojos (aquella sí una intriga muy notable). No en vano lo protagoniza Ricardo Darín, que ennoblece con su presencia un film que en realidad está muy por debajo de los mínimos exigidos. Nos encontramos con una nueva muestra del subgénero del crimen perfecto (así se llamó una de las cintas más populares de Hitchcock) cometido por un criminal un tanto pagado de sí mismo que quiere demostrar su inteligencia superior proponiendo un juego intelectual a su némesis de turno. Un recurso este presente en cintas como La sombra de una duda, Extraños en un tren o La soga, aunque ahí termine la posible comparación con el maestro: aquí no hay intriga que valga, y el suspense que genera el enfrentamiento entre Darín y Alberto Ammann (la rutilante revelación de Celda 211, aquí menos rutilante, quizá intimidado por su partenaire) es más bien pobre. Además, el relato no se decide entre el final abierto o la conclusión explícita, quedándose en mitad de ninguna parte.
Y frente a un (casi) recién llegado como Goldfrid, uno que se va como Steven Soderbergh... y aunque no es la primera vez que dice que se retira, ahora parece que va en serio. Si es así, no me parece mala despedida Efectos secundarios, una de esas cintas de las que todo el mundo afirma que son "dos películas en una" solo porque hacia su mitad se produce un acontecimiento clave que genera nuevas expectativas en el espectador. Y no recuerdo que nadie dijese que Psicosis, por seguir con el maestro, fuese dos películas en una unidas por la secuencia de la ducha. Lo que sí es cierto es que Soderbergh parece prometer un drama que denuncia las manipulaciones a las que ciertos médicos de ética dudosa someten a sus pacientes con el fin de conseguir dádivas de la industria farmacológica, para luego resultar un thriller con alguna que otra sorpresa supuestamente sonada (predecible, pero no tanto como en el film anterior). Y aunque el drama parezca más logrado porque no somos testigos a menudo del retrato de una depresión crónica (además servida en bandeja por una Rooney Mara, la Lisbeth Salander de David Fincher, que dará que hablar), la intriga posterior funciona a la perfección; tanto que aunque me relamo pensando en qué habría hecho Brian de Palma con semejante libreto tampoco lo echo en falta... y esto es mucho decir. En resumidas cuentas, y aunque los argentinos sean casi siempre los reyes del balón, el resultado del partido es: Soderbergh 1, Goldfrid 0. Pero el campeón de la liga sigue siendo Hitchcock.
Tesis sobre un homicidio y Efectos secundarios se proyectan en cines de toda España.