Tiro en la cabeza
Jaime Rosales, quien ya nos aburrió con La Soledad, esa película en la que veíamos durante un buen rato como alguien comía una tortilla o hacía la cama, ha estrenado Tiro en la cabeza, película en la que narra la normalidad en el día a día de un miembro de ETA y el asesinato de dos guardias civiles en Francia.
La película no tiene diálogos y está rodada con teleobjetivo, en la distancia, podríamos decir, y muestra la vida de un tipo normal que se levanta, desayuna, conversa, liga con una chica, y de pronto mata a sangre fría a un guardia civil al reconocerlo en un centro comercial.
Esta presentación del terrorismo como algo absurdo, sin causa ni motivos, no es nueva. Ya lo vimos en La Soledad, donde alguien moría en un atentado como podía morir a causa de un tornado. En el terror hay maldad, intención política y desprecio al ser humano concreto. Los que sobreviven tienen que elaborar su dolor, enfrentados mucha veces a la incomprensión general. La sociedad, la política, se emponzoñan y pervierten. Que el asesino tome café o juegue al mus es intrascendente. Hitler llevaba una vida sana y metódica, pero servía a una ideología letal. La mente del asesino, el sustrato que lo crea, el dolor de la víctima, el miedo o el arrojo de la gente, son el gran tema, pero no en el caso de Rosales.
Él no ha necesitado documentarse ni hablar con los afectados, según dice, para no contaminarse. Quienes han criticado su obra, según él, son gente contaminada a los que aconseja huir de los radicalismos. Hay que ir hacia la moderación y discutir desde la razón. Bellas palabras en la semana en que ETA volvía a matar, y parece que debatía dar más caña en Navarra. Para esto se mata, para imponer como sea un proyecto político, no por un impulso absurdo, aunque Rosales prefiera echar balones fuera. Según explica, su película habla en realidad de la violencia generada por el capitalismo. La publicidad también es una violencia, dice. Te obliga a comprar y utiliza un lenguaje tergiversado.
Tal vez ahí habría que darle la razón. Pese a toda la publicidad que ha merecido hasta ahora, deberíamos renunciar a ir a ver algo así.