Todas las amigas estamos casadas menos la hermosa y esbelta y refinada Judith
Somos cinco amigas íntimas que estamos juntas desde que teníamos cinco o seis años e íbamos al colegio. Durante este tiempo hemos pasado por todo tipo de pruebas, y nuestro vínculo siempre ha sobrevivido a todas las contrariedades que se han interpuesto entre nosotras; incluso se puede afirmar que si hemos llegado a ser tan buenas amigas es porque hemos superado juntas los mil y un problemas que la vida depara a cualquier persona.
De las cinco, cuatro estamos casadas y con una vida más o menos estabilizada en lo sentimental, y solamente la hermosa Judith, la alta y esbelta y refinada Judith, permanece soltera y sin compromiso. Ha tenido muchos líos y algunos novios, pero ninguno ha cuajado. La verdad es que su biografía amorosa parece un mal culebrón, e igual de interminable. Pero hace unas semanas, mientras tomábamos nuestro café semanal de los viernes, nos dio la noticia de que llevaba un tiempo viéndose con alguien, y por la forma en que nos lo dijo, tan relajada y segura y radiante, todas comprendimos que esta vez realmente se trataba de algo especial. De inmediato acordamos celebrar una cena con nuestras parejas para poder conocer al misterioso galán que había conquistado el corazón de nuestra amiga. La noche señalada, y como suele ocurrir cuando te reconcome la curiosidad, las cuatro amigas casadas y nuestros respectivos consortes estábamos sentados a la mesa redonda del restaurante un buen rato antes de la hora convenida, esperando la aparición estelar de la nueva pareja. Cuando llegaron, nos quedamos boquiabiertas, porque el hombre del que Judith iba cogida del brazo era para provocar el desmayo a cualquier mujer con una capacidad visual por debajo de las diez dioptrías. De menos de treinta años, altísimo y equilibradamente fornido, guapo, con una sonrisa de esas entre dulces y sutilmente pícaras y con todos los dientes en su sitio como los caballos purasangre, el joven era, además, un ejemplo exclusivo de amabilidad y buen gusto, inteligente y con una conversación culta y amena, pero sin afectación, capaz de hipnotizar a una psiquiatra contándole sus miedos infantiles. Pero eso no era todo. Para rematar el premio gordo, el mocetón era asquerosamente rico. ¿Se da cuenta? No lo dijo durante la cena, porque se le notaba auténticamente humilde y no hizo ninguna alusión a su envidiable y mareante situación financiera, pero después hicimos nuestras pesquisas y nos encontramos con la guinda del pastel. Resulta que el pimpollo había constituido una empresa de tecnología cuando todavía estaba en la universidad, y ahora el dinero le llegaba en forma de tsunami monetario de forma ininterrumpida. Como comprenderá, las cuatro amigas más o menos felizmente casadas nos reunimos inmediatamente para poner en común impresiones y conjeturas de futuro, y no nos costó nada llegar a estar de acuerdo. Elaboramos un plan y en menos de dos semanas nos deshicimos de él de forma limpia y discreta, llevando mucho cuidado de que Judith no sospechara nada. [P.] No voy a entrar en detalles, pero puedo asegurarle que ese jamelgo ya no se acercará a Judith en esta vida, ya me entiende. [P.] Sí, Judith pasó unos meses destrozada por su súbita desaparición, pero poco a poco se va recuperando. [P.] Era una cuestión de supervivencia. Imagínese: una cosa es que seamos amigas íntimas, y otra es que el resto de nuestras vidas tuviéramos que asistir como bobas a su megamaravilloso y jodido cuento de hadas sentimental. No, nena, o todas moras, o todas cristianas.