Literatura

«Tus tierras salvajes» (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)

Te escribo, deseo contarte como te recuerdo después de disfrutar de ti. ¿Observas alguna vez, como cepillas tu cabellera brillante, y recién lavada, cuando estás húmeda y desnuda? Suele juguetear sin rumbo por tus senos, y atropellada cae entre la suavidad de tus cejas. Intentas, con un mimoso cepillado, poder enroscarla entre tus dedos. Te eternizas y vuelves a ondularla cerca de tus labios entreabiertos y mojados, para convertirla en excitante melena. Es espuma desbocada, olas cayendo pausadamente, y bajando en cascadas camino hasta tu nuca; ahí satisfecha recorre la blancura de tu piel mojada, y se aloja en el centro de tu espalda. Sabe rodearse con la cercanía, y el hontanar de tu cuello, o duerme en uno de tus hombros desnudos; antes reposó en tu pezón rosado, la lamió, seguro.
Toda el agua de la ducha se disipó de tus cabellos, secos por mis manos, que antes caminaron por tu piel desnuda, tu pecho y la curvatura natural de tu mandíbula de amapola, ahí se escondió mimosa, y un tanto engañadas detrás de tus glúteos.

Me acercan a ti arrullos de palomas que no contengo. Y profano la tersura misma de sus reflejos; con mis dedos huidos de mí, y venerantes de tu tacto y tu lengua hambrienta.

El color del trigal y la miel, te dan su tono y dulzor. Y mi alcazaba, su mansedumbre. Atraen mi tímida voz y la luz de la mañana, filtrada por el amplio ventanal de la alcoba. Con tus suaves contoneos y tus veladuras me comprometes. Brillan caobas, y cataratas de azafranes en crepúsculo sobre tu cabello y sobre mi cara. No desaparecen sus brillos y mates, ni con la incipiente oscuridad de las sábanas levantadas sobre tu espalda y la mía; ahí no hay reloj, ni se mide el tiempo. Los besos tejen sus alas, con limpias bocanadas de furia desatada y saliva. Tus sorbos duermen deshechos en el cáliz y la corola de mi cuello. En ese refugio somos prisioneros, y nuestro corazón también pide abrazos reclamados, con palpitantes lamentos.

Cualquier morir callado, no es silencio, si es como aquel primer atardecer del sol sobre tu rostro; lo suavice y regalé con las texturas de mis manos, también a tu pelo. Si me acarician tus giros, y tu cabeza, me reprocharé, acompañaré y rescataré los ritmos de tus torbellinos en los satenes de nuestra almohada, donde me vuelves loco. Sé que necesitas provocarme, quieres más. Yo, inocentemente, no desvío la mirada encendida hacia el espejo rectangular, me situó frente a ti y te complazco. Apago la mágica fuente que canta tu beso derramado. Observo ese bullicio de mechones obrando prodigios sobre los caminos de tu piel húmeda. Me vence el frenético trueno que estalla, y sabe a gloria. Las alas inquietas de tu flequillo me buscan los labios para abrazarlos y lamerlos, y bendigo el silencio, porque a su paso, se cruzan mis muslos con tu rostro. Y vuelve de nuevo a repicar el cascabel de tu risa saltarina, y ese brillo que da llama a mi luz y balcón a mi pecho agitado, desnudo para el sudor y el deseo.

Este enmudecido silencio no es ajeno a tus ojos, ávidos de él. Ni tampoco al celoso deseo que da plenitud a nuestros sentidos; cómo sabes.

Amanda, este también es tu juego, lo conoces. Prevés el alcance de tus cepillados cuando estás sobre mí. Cada retoque, inconsciente. No solo tú deseas jugar en tu tela de araña, yo he querido vivir para morir en esta trama de sudor y piel. Te homenajeo por ello. De ti se empapa mi sensualidad, me envuelve el confín de todos tus rincones. Esperanzado, siempre deseo una vez más, otra próxima vez. Otro momento mejor, para desfallecer tras ellos, cerca de la cotidianidad de mi caricia en el lóbulo de tu oreja.

Necesito empaparte del bautismo de mi lluvia, cuando te mojo en la ducha. Llamar a la nostalgia cada tarde. Rememorar todas, desde aquella primera. Abrazarte como a las horas, sediento. Realzar tus brillos, tu color con mi saliva, y los soles que traen luz de espigas y verdes campos a tus ondulaciones de seda. Tus gomas, lazos, y adornos. Se pegan a ti, casi mecánicamente, como yo, y tiemblo junto a esas horquillas que se reconducen una y otra vez en tus manos, invitándome a recrearme en nuevos e improvisados escorzos, para surcar el paisaje fresco y desnudo de tus tierras salvajes.

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