Para Paco Guardiola Hinojosa, argentófobo dispuesto a convertirse a ritmo de Goblin
Escribo estas líneas pocas horas después de dar una conferencia con un formato distinto a lo habitual: en lugar de los atropellados cuarenta y cinco o sesenta minutos de rigor, se trataba de un acto de dos horas de duración (que se fue a las dos horas y tres cuartos, turno de intervenciones del público incluido) que permitía la proyección de diversas secuencias sobre las que se comentaban aspectos diversos del tema a tratar. Y este no era otro que el cinema giallo, del que les contaré alguna cosa a continuación dado que la preparación de la charla -sumada a las correcciones de exámenes y trabajos universitarios, que no es moco de pavo- me ha mantenido lejos de las salas de cine y las lecturas por puro placer durante las últimas semanas.
El giallo no es exactamente, como creen algunos, el cine de terror italiano, al que le pega más una etiqueta genérica como cinema horror y que está repleto de elementos fantásticos más propios del relato gótico y de explotaciones varias de subgéneros como el cine zombi, de posesiones diabólicas o de fenómenos paranormales. Tampoco es, simple y llanamente, el thriller italiano, dado que existe el más particular poliziesco que imitando modelos estadounidenses (y del polar francés) y haciendo hincapié en la denuncia política se montó un star system propio donde destacaban Franco Nero, Fabio Testi, Gian Maria Volonté o el más localista Maurizio Merli. En realidad, el giallo stricto sensu no es sino una variante muy particular de las historias de misterio y suspense que se publicaban en el seno de la colección Il Giallo Mondadori (de ahí su nombre, que no significa otra cosa que “amarillo” en italiano), con autores como el fundacional Edgar Allan Poe, Agatha Christie, Gaston Leroux o muy especialmente Edgar Wallace; así como del cine krimi alemán (basado sobre todo en la narrativa de este último autor), el propio cine gótico italiano y muy especialmente el inevitable magisterio de Alfred Hitchcock (especialmente de la seminal Psicosis, claro).
Sería Mario Bava quien, en apenas dos años y con tan solo un par de películas, inventaría el giallo confiriéndole muy temprano sus estilemas más relevantes y reconocibles: con el protogiallo La muchacha que sabía demasiado sienta las bases del género en 1962; mientras que en Seis mujeres para el asesino, de apenas dos años después, ya está todo lo que cualquier espectador mínimamente curtido espera de un giallo: un misterio que ansiamos desvelar, la presencia de un asesino enmascarado y con guantes negros que acosa y/o asesina a diversas víctimas (por lo general, mujeres), la violencia más o menos gráfica, el erotismo más o menos explícito, el uso expresionista del encuadre y el color, y una experimentación musical que después desarrollarían especialmente el maestro Ennio Morricone y la banda de rock progresivo Goblin.
Pero no sería hasta 1970, con el descomunal éxito en taquilla de El pájaro de las plumas de cristal, que empezarían a rodarse gialli a mansalva: tanto es así que durante el primer lustro de los años setenta se estrena una cuarta parte de los casi ciento cincuenta filmes considerados como tales que los especialistas fechan en las dos décadas que van de 1962 a 1982, el año en el que a decir de muchos de estos expertos es el propio Dario Argento quien con la reivindicable Tenebre asesina el género que él mismo ayudó a configurar. En esta época, además de la “Trilogía zoológica” completada por El gato de las nueve colas y Cuatro moscas sobre terciopelo gris, verían la luz muchos giallos mediocres, otros incluso pésimos, pero también películas tan recuperables como (por citar solo algunas) Una mariposa con las alas ensangrentadas de Duccio Tessari, Sumario sangriento de la pequeña Estefanía de Tonino Valerii, La tarántula del vientre negro de Paolo Cavara, El ojo del laberinto de Mario Caiano, La dama roja mata siete veces de Emilio P. Miraglia o El asesino ha reservado nueve butacas de Giuseppe Bennati. También destacarían realizadores tan particulares como Aldo Lado (que fue de las más giallísticas La corta noche de las muñecas de cristal y ¿Quién la ha visto morir? a la exploitation de Violación en el último tren de la noche, tan deudora de La última casa a la izquierda de Wes Craven), Luigi Bazzoni (firmante de La mujer del lago, El día negro y Huellas de pisadas en la luna, todas ellas cintas atípicas cada una a su manera) o Francesco Barilli (director de tan solo dos largometrajes, ambos de culto: Il profumo de la signora in nero y La violación de la señorita Julia, esta última una película fascinante y sugestiva a la que su sensacionalista título español no hace justicia).
Además de Bava y Argento, durante la conferencia pasamos revista a la filmografía de otros cinco realizadores destacados del género: Lucio Fulci, hoy más conocido como el padrino del gore y autor de la “Trilogía de las puertas del infierno” conformada por Miedo en la ciudad de los muertos vivientes, la genial (a su manera) El más allá y un clásico del videoclub patrio como Aquella casa al lado del cementerio, pero responsable en su día de giallos tan dignos como Una lagartija con piel de mujer, la rural y poderosa Angustia de silencio y ese “porno del thriller” que fue El destripador de Nueva York; Umberto Lenzi, responsable de varios filmes del género al servicio de Carroll Baker, como los hitchcockianos Una droga llamada Helen o Detrás del silencio; Luciano Ercoli, que solo dirigió tres giallos, todos de gran interés -me permitiré destacar el último, y alocadísimo, La muerte acaricia a medianoche-, con la presencia actoral de los españoles Simón Andreu y Nieves Navarro, esta última un bellezón de la época, más conocida por el alias de Susan Scott y que se convertiría en la esposa del realizador; Sergio Martino, un director todoterreno con clásicos del género como La cola del escorpión, la sugerente Todos los colores de la oscuridad o Torso, un film violento y rabiosamente entretenido que se adelantó en varios años al slasher yanqui del corte de Halloween o Viernes 13; y el otrora prometedor Michele Soavi, firmante de un solo giallo... pero qué giallo: Aquarius, la película que junto con Terror en la ópera de su protector Dario Argento me lleva a fechar personalmente el fin de la era del giallo en 1987 y no cinco años antes.
Y no nos detuvimos ahí: también tratamos la influencia del cómic en el género; la existencia de un giallo genuinamente español firmado por realizadores como Eugenio Martín (tristemente fallecido hace un par de semanas) o Eloy de la Iglesia, o el protagonizado por el incombustible Paul Naschy; y la determinante influencia del giallo en el citado slasher que con su triunfo e influencia internacional acabó matando a quien poco más o menos le había dado vida vía John Carpenter y su confesa admiración por Argento. Y no faltaron, claro, el peculiar caso de Brian De Palma (un director que revisitó a su admirado Hitchcock en numerosas ocasiones desde los postulados del giallo, muchas veces de forma natural y sin ser consciente de ello) ni sendos análisis del post giallo y el neogiallo, que no son ni mucho menos lo mismo aunque algunos tienden a confundirlos.
Pero como esta columna suele ir de recomendaciones, ahí van las de tres filmes no mencionados hasta ahora: Vicios prohibidos, un giallo atípico pero brillante con el que Sergio Martino, inspirándose de forma confesa en El gato negro de Poe y de forma inconfesa en Las diabólicas de Clouzot, sexualiza abiertamente el género llevándolo un paso más allá de lo que sus semejantes venían haciendo hasta entonces; Siete muertos en el ojo del gato de Antonio Margheritti, que no será de los mejores gialli de la historia pero sí de los más divertidos y desatados (y es que hay que verlo para creerlo); y Rojo oscuro del mismo Argento, porque es, simple y llanamente, el mejor giallo de la historia del cine, y la película con la que su realizador impuso su estilo manierista y sacó al género de la pura intriga policíaca para introducirlo de lleno en el terror contemporáneo.
En resumidas cuentas: toda una odisea este “Sangre, sudor y lágrimas” repleto de títulos rimbombantes que se celebró en la Sede Universitaria de Alicante, en un acto que presentó Luis López Belda y que contó con un público reducido pero entregado que incluso intervino al final del mismo. Fue, en lo que a mí concierne, un viaje de lo más entretenido; por lo que espero verles en otros encuentros a celebrarse dentro de este mismo ciclo. Y es que a lo largo del próximo mes de marzo presentaré dos nuevas conferencias, una centrada en el nacimiento de la modernidad cinematográfica, el cinéma vérité y directores como John Cassavetes o Jean-Luc Godard; y otra donde trataré de explicar las películas más complejas y difíciles de entender de David Lynch (y no me digan que esas son todas las suyas, porque no es verdad). Lo dicho: espero verles por allí algún día de estos.
Vicios prohibidos está disponible en Filmin y Movistar+; Siete muertos en el ojo del gato está disponible en Filmin; Rojo oscuro está disponible en FlixOlé.