Un año comprando bilis por cajas porque regalan una más por cada docena
Esto es lo que hay, monsieur Patán, nubes de agrios augurios sobrevolando el sistema nervioso central, tormentas del corazón y aguaceros de arrepentimiento, inundaciones en la memoria y recuerdos ahogándose en los sótanos de la expiación.
Sí, aquí estoy, mon cher frelon, enredada todavía en los estertores de un año largo como el sumario de un proceso por corrupción política; un año de cortes judiciales infectados y pus legal; un año enmohecido por falta de ventilación ética, por contaminación de los conductos de pensamiento; un año diciendo no en un idioma aún no inventado; un año violada en manada, violada en la intimidad de la familia, violada en el despacho y en el almacén, violada en el depósito de cadáveres, violada porque con esa ropa a ver quién es el guapo que puede reprimirse; un año maquillada para disimular los golpes; un año mal retocada con Photoshop; un año lavada con lejía, restregada con ácido clorhídrico hasta la médula y ni por esas; un año comprando bilis por cajas porque regalan una más por cada docena; un año dándole a los niños leche y disimulo para desayunar, sopa de espejismos para comer, pan con embustes para merendar, leche y falsas promesas para cenar, durmiéndolos con cuentos de baja inflación y alta productividad, arropándolos con cupones descuento para comprar miseria a punto de caducar; un año de disculpas pagadas a plazos de vergüenza y culpa; un año vestida de ejemplo moral de cintura para arriba y de colegiala de cintura para abajo; un año disfrazada de criada inocente en medio de jaurías de testosterona; un año de tomografía axial computarizada y resonancia magnética y biopsia de médula ósea y colonoscopia y enema opaco y gammagrafía y ecografía transvaginal y prueba de Papanicolau y del virus del papiloma humano; un año de veneno en la sangre y en los repositorios de fe; un año de gripe en la voluntad y congestión en el yo; un año completamente trastornada por culpa de la intolerancia al gluten publicitario; un año recibiendo transfusiones de agobio por prescripción socioeconómica; un año de guerras de soledad para prevenir decepciones amorosas; un año mendigando estrellas en las telarañas del ciberespacio; un año de todo gratis por nueve noventa al mes, de dos baratijas al precio de una fabricadas por esclavos en un inframundo que Reader's Digest analiza superficialmente con espíritu positivo y jovial en su número especial de Navidad; un año de temblores en la cuenta del banco e incontinencias en las facturas de los servicios domésticos básicos; un año de vuelva usted mañana y de ya no es posible porque debería haber venido ayer; un año caminando con piedras en los riñones y en la vesícula; un año de oír llover arena las veinticuatro horas del día. [Pausa.] Y en nada llega el próximo año, monsieur Patán, mon bon grimpeur. Le doy las gracias por haber sido recompensada con el privilegio de que podré vivirlo todo otra vez, de ser una parte insignificantemente necesaria de esta rueda de progreso infinito y de elevación del espíritu humano hasta los altares de la obsolescencia programada. Oh, monsieur Patán, mon petit renard, qué detalle regalarme para esta noche tan exclusivo modelo de Tommy Hilfiger confeccionado con afiladísimas cuchillas de afeitar; dígame, mon démon sauveur, si ahora dejara que usted me embalsamara, ¿tendría su desprecio para siempre? ¿Dibujaría mi alma en su camiseta?