Un arte nuevo
Abandonad toda esperanza, salmo 156º
Cuenta Bob Andelman en El espíritu de una vida, la biografía autorizada de Will Eisner, que el padre del cómic moderno tal y como hoy lo entendemos no era del todo consciente de la verdadera importancia de su trabajo en el momento de llevarlo a cabo: en aquella época se conformaba con ir introduciendo poco a poco temáticas y puntos de vista adultos en un medio hasta entonces orientado principalmente a un público infantil y juvenil, a la vez que intentaba ganarse la vida con lo que mejor sabía hacer: contar historias dibujando.
Como en todas las artes fueron sus consumidores, lectores especializados que llegaron después, los que desarrollaron una labor crítica poniendo los puntos sobre las íes al poner de manifiesto la importancia de las innovaciones narrativas desarrolladas por Eisner en los relatos detectivescos de Spirit, su creación más popular, y la relevancia histórica de la publicación de Contrato con Dios, considerada la primera novela gráfica. Uno de los estudiosos más destacados de la obra de este genial creador es precisamente Andelman, cuyo libro es una crónica tan minuciosa como apasionante de toda una vida dedicada a la historieta.
Si el cómic norteamericano tiene una larga tradición que llega a las ilustraciones satíricas de la prensa de finales del siglo XIX, el verdadero origen del cómic japonés, ese que arrastra a adolescentes que no leen habitualmente a las librerías especializadas para hacerse con la nueva entrega de Naruto, Bleach, Full Metal Alchemist o quien toque, hay que localizarlo más de un milenio atrás, con los rollos ilustrados emakimono realizados desde finales del siglo VIII. En Mil años de manga, la profesora Brigitte Koyama-Richard ha construido un hipnotizador periplo por la historia gráfica de una nación fascinante que alcanza hasta los relatos contemplativos del imprescindible Jiro Taniguchi, pasando por el trabajo de Osamu Tezuka, justamente considerado el padre del manga, el Will Eisner nipón.
Y si hay que concederle a alguien la medalla por haber puesto la primera piedra sobre la que edificar el oficio de la crítica de cómic en España, esta medalla podrían compartirla ex aequo Román Gubern y Luis Gasca. El primero, al que debemos importantes ensayos en el campo de otras disciplinas, se ha unido ahora a Luis Gasca, veterano estudioso y aficionado irredento a la ficción ya sea en viñetas o en fotogramas y al que tuve el gusto de conocer y con el que poder departir, para dar forma a un indispensable Diccionario de onomatopeyas del cómic, un regalo exquisito que puede considerarse como obra de consulta, pero que también (y, me atrevería a decir, muy especialmente) puede degustarse como un paseo por el que caminar deleitándose con el legado artístico de una serie de creadores -de Winsor McCay a Bill Watterson, de Al Capp a E. C. Segar- que, en muchos casos y al igual que Eisner sin saberlo, estaban poniendo los cimientos de un arte nuevo.
Will Eisner. El espíritu de una vida, Mil años de manga y Diccionario de onomatopeyas del cómic están editados por Norma Editorial, Electa y Cátedra respectivamente.