Cultura

Un libro del Día del libro

Campear estas últimas semanas entre las variadas declaraciones de nuestros clérigos católicos (digo nuestros en el sentido de mantenedores) ha dado mucho de sí. Más si nos alejamos de los hechos concretos, de las palabras concretas, para entenderlo en un contexto racional, sociológico.
Ando entretanto con un libro curioso que llegó a mis manos como regalo del día del libro –tenemos una gran suerte quienes recibimos ese día un libro como regalo–. Se trata de Ludwig Wittgenstein y David Pinsent, escrito por Justus Noll. No me extenderé sobre el librito, que para mí está suponiendo una agradable sorpresa, pero quiero destacar algunos pensamientos filosóficos que en él se recogen acerca de la homosexualidad. Reflexiones de variados autores (V. Wolf, Keynes, Rusell, Moore, Lytton –el de la película Carrington–…) que a cualquier cerebro sin hueso le arrastraría a la reflexión personal.

Me entretuve repasando los distintos argumentos que había leído y recordando mi discusión y mi postura con cada uno de ellos. La ventaja que se tiene sobre los grandes pensamientos es temporal: ellos suponen un futuro que nosotros conocemos. Y en ese futuro, este presente, me encontré con la necesidad de conocer argumentos de igual altura para afrontar la discusión sobre los puntos de conflicto actuales. Lo que hago al leer los periódicos es buscar argumentos –quizás de ahí esa inclinación a leer las secciones de opinión–. Y de ahí esa frustración al cerrar la primera página del diario, encontrando “datos” pero no argumentos. Reconozcamos que no se pueden llamar argumentos a la gran mayoría de frases de nuestra representación política. Cualquiera podría citar de izquierda a derecha o de derecha a izquierda alguna de las grandes frases regaladas por ellos. De hecho si las recuperamos, si las repensamos, la única justificación que encontramos a esas frases es que tratan a su interlocutor como a un idiota (si quieres hacer un idiota, háblale como a un idiota).

Y así, en un lenguaje de tópico futbolístico dicen que sí, que no, o que no lo saben o sabían. Mientras, esperamos los telegráficos titulares: “Que sí”, “Que no”, “Que no estaba al corriente”. Puede parecer una tontería, pero aguantamos a nuestros políticos respuestas que jamás concederíamos a nuestros hijos. Incluso asumiendo las nuevas reglas del juego –yo no estoy dispuesto a aceptarlas– que obligan a la estética, a la estrategia de la agenda electoral, al uso de la psicología (presunta, como es la psicología) para elegir qué palabras, cuándo y dónde. Incluso asumiendo las nuevas reglas, creo que es nuestro derecho y deber exigir argumentos fundados, posturas adoptadas, para conocer, para reflexionar, para tener ideas propias y para expresarlas, para poder votar (y para dejar de escuchar respuestas para idiotas). Ludwig Wittgenstein y David Pinsent, Muchnik Editores.

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