Un villenero en la cumbre del Mont Blanc
El pasado día 24 de agosto, a las 08:05 horas de la mañana, la cordada formada por Leandro Irles vecino de Novelda, Bernardo Conca de Villena, Toni de Alzira, José Luis de Elda y Sabih de La Pobla Llarga, coronaban la cima del Mont Blanc, que con sus 4.810 metros sobre el nivel del mar representa la cumbre más alta de Europa occidental y es considerada en todo el mundo como la cuna del alpinismo.
La ascensión comenzó el día 20 de agosto desde la localidad francesa de La Fayet, pero las condiciones meteorológicas no acompañaron ese día. Un cielo encapotado dio lugar a una intensa lluvia que se convirtió en nieve a partir de los 2.600 metros. Este hecho, unido a la baja sensación térmica, impidió a los montañeros llegar al refugio de Tete Rousse, situado a 3.167 metros de altura, teniendo que retroceder sobre sus pasos. Una gran borrasca se asentó sobre el macizo del Mont Blanc, por lo que tocó esperar a que mejorase el tiempo.
El día 21 amaneció lloviendo en La Fayet. La cota de nieve bajo hasta los 2.300 metros, y a 3.400 metros la isoterma era de -10 grados C. Y fue el día 22 cuando, para alegría de todos los montañeros que estaban esperando la mejoría del tiempo, el sol hizo acto de presencia. La cordada se puso en marcha de buena mañana y consiguió llegar al refugio de Tete Rousse por la tarde, encontrándose en algunos tramos del recorrido con bancos de niebla. El uso de crampones y piolet se hizo obligatorio a partir de los 2.500 metros de altura, puesto que el mal tiempo de los dias anteriores había dejado la montaña cubierta de hielo y nieve.
El día 23 de agosto comenzaba el tramo más técnico. El grupo se ponía en marcha a las 08:00 de la mañana en dirección al refugio de Gouter, situado a 3.835 metros de altura. El día salió soleado. La cordada atravesó sin problemas el paso denominado "La Bolera", un corredor caracterizado por sus constantes desprendimientos de roca y nieve. Humor negro alpino: el nombre de "Bolera" hace referencia a que en este corredor las rocas y aludes de nieve hacen de bolas, mientras que los alpinistas que intentan cruzarlo hacen el papel de bolos. El corredor se atraviesa de uno en uno, sin encordar. La persona que lo está atravesando debe ceñirse a pasar lo más rápido posible, siguiendo las instrucciones de sus compañeros, que le indican si debe andar hacia un lado u otro en caso de desprendimiento. Tras atravesar este peligroso paso, la cordada comenzó a escalar la cresta de roca, en su último tramo es casi vertical, que conduce al refugio de Gouter. La cantidad de nieve existente en la roca obligó a realizar la escalada con crampones, lo que implicó una mayor dificultad en la escalada. Al mediodía consiguieron llegar a Gouter.
El mal de altura comenzó a dejarse notar, sufriendo los montañeros alguno de sus efectos: aumento de la frecuencia respiratoria, insomnio, aumento del ritmo cardíaco... Ese día, a las 7 de la tarde, todo el mundo en el refugio estaba durmiendo. Tras intentar descansar un poco llegaba el momento del ataque a la cumbre. A la 1 de la madrugada los montañeros se pusieron en pie. Tras desayunar, equiparse y encordarse, se pusieron en marcha. Eran casi las 3 de la mañana. La temperatura en Gouter era de -15 grados C.
Tras dos horas de marcha ininterrumpida bordeaban la cima del pico Dome de Gouter, que se eleva a 4.304 metros de altura. Casi media hora después llegaron al refugio-vivac Vallot, situado a 4.362 metros de altura, donde realizaron un pequeño alto para beber agua caliente e intentar comer algo. El cansancio y la altura se reflejaban en los rostros de los miembros de la cordada. Nadie hablaba, el frió impedía articular palabra. Algunos de los montañeros comenzaron a sentirse algunos miembros insensibles: dedos de pies y manos, nariz y orejas. El frío era muy intenso a esas horas, mientras amanecía. Decidieron continuar, la cima estaba cerca.
Una hora después llegaban al ultimo obstáculo antes de la cumbre: la arista de Bossons, una arista de hielo y nieve de unos 500 metros de longitud en la que el montañero tiene un pasillo de medio metro de anchura por el que caminar, con unas rampas de hielo a izquierda y derecha que en caso de caída te conducen unos 1.000 metros más abajo. Extenuados, con dificultades para respirar, esa arista interminable llegó a su fin. Y allí: el cielo.
Comenta Bernardo que "...algunos montañeros al llegar a Bossons, veían el plan y decían: "Pa tu culo, pirulo", y se daban media vuelta. Nosotros, cabezones que somos, ni nos lo pensamos. Hacía mucho frío para pensar y estábamos muy cerca. Al principio de la cresta recogimos a un navarro, que había subido con su hermano. El hermano se encontraba con fuerzas y estaba camino de la cima, pero él estaba exhausto y le había dicho que lo esperaba allí. Leandro se puso a cantarle una jota (¡a 4.700 metros de altura!, increíble pero cierto). El navarro sonrió, se ató a nuestra cuerda y tiró para arriba con nosotros. Recuerdo que los dos hermanos estuvieron varios minutos abrazados sin mediar palabra cuando se encontraron arriba. Cuando los cinco llegamos arriba todo fueron gritos de alegría y abrazos. Corrieron algunas lágrimas. Fue un cúmulo de sensaciones extraordinarias. El panorama era único, el horizonte estaba despejado y se podía llegar a apreciar la curvatura de la tierra. Podíamos ver las montanas más importantes de los Alpes: Cervino, Monte Rosa, Gran Paradiso... A un lado Francia, al otro Italia, en frente Suiza. Pero ante todo el cielo, esa sensación de estar por encima de la realidad. La temperatura era de -25 ºC. Estuvimos allí unos diez minutos. Nos echamos unas fotos con la senyera, bebimos té caliente y para abajo...". La cordada realizó el camino de vuelta hacia La Fayet de un tirón, llegando al pueblo sobre las 7 de la tarde, con los pies destrozados pero con el objetivo cumplido. Una experiencia única.