Testimonios dados en situaciones inestables

Un villenero muerto andando con la cabeza bajo el brazo (I de V)

Me despierto en lo que parece una sala de curas de un hospital. Estoy tumbado en una cama, solo, vestido con una bata azul de enfermo. En mi brazo derecho tengo una canícula intravenosa, pero no hay ningún gotero. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí. No se oye nada. Junto a mis pies descalzos, sobre la cama, hay una bolsa con lo que parece ropa.
Intuyo que debe ser la mía. Cojo la bolsa y me levanto. Me dirijo a la puerta y me asomo con cuidado. No se ve a nadie, pero reconozco el lugar. Es la sección de urgencias del Centro Integrado de Villena. Salgo al pasillo, y veo un desgarrador y artístico rastro informalista de manchas de sangre a lo largo de la pared. Me abrazo a la bolsa de ropa. Tengo que salir de aquí. Puede que haya un asesino psicópata en el edificio. Camino de puntillas por el largo pasillo y llego a la zona de admisión. A través de los cristales también manchados de sangre de la puerta de salida se ve que es de noche. Entonces me giro y veo al primero. Es una mujer vestida de enfermera, sentada en admisión, tecleando torpemente en el ordenador. Cuando me pongo frente a ella, levanta la cabeza, y puedo ver sus ojos saltones y sanguinolentos, su cara pálida llena de heridas grotescas aderezadas de sangre no reseca del todo, su boca de dientes amarillentos y sobredimensionados rezumando hilillos de baba verde y roja, y su pelo estropajoso engalanado de lo que quizá sean pequeños trozos de carne. Me mira de forma extraña, y entonces suelta un rugido que me hiela el espinazo, y en el que creo sobreentender algo sobre que todos los servicios han sido cancelados. Como un eco, rasgan el aire otros rugidos semejantes en todo el edificio, y por todas las puertas empiezan a aparecer otros seres como ella, vestidos con ropas rotas y ensangrentadas de médico, enfermero, celador y batas de enfermo. Todos tienen el mismo aspecto de muertos vivientes que la enfermera. Corro hacia la puerta de salida y tropiezo con el conductor de la ambulancia, que está tumbado en el suelo boca arriba y presenta el aspecto de un animal al que han mordisqueado unas bestias salvajes. Mientras me levanto veo la ambulancia en la puerta, e instintivamente registro al conductor muerto en busca de las llaves. Las encuentro en el bolsillo derecho del pantalón, y justo cuando se las he quitado, abre los ojos con furiosa sorpresa. Salgo corriendo y subo a la ambulancia. Una horda de bamboleantes zombis hambrientos corre por el pasillo, pero afortunadamente choca en la puerta de salida contra el conductor que se estaba incorporando torpemente, lo que me da el tiempo justo para poner en marcha la ambulancia y salir derrapando de allí. Estoy al borde del infarto, pero me digo que no puedo tener un infarto: descartado volver a urgencias. Rebusco con la mano derecha en la bolsa de la ropa, y descubro que hay un mono gris y naranja con el nombre de SECOPSA. Por la ventanilla veo un villenero muerto andando con la cabeza bajo el brazo, comandando un grupo de otros villeneros zombis, lo que no me sorprende del todo. Por un instante, cruzamos nuestras miradas, como un reto. Sigo rebuscando en la ropa de la bolsa y encuentro unas llaves con una pequeña etiqueta naranja y el texto Parking de la Plaza de Toros Plurifuncional. Tengo que ir hasta él. Quizá allí encuentre una respuesta. (Continuará.)

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