Testimonios dados en situaciones inestables

Un villenero muerto andando con la cabeza bajo el brazo (V de V)

“Por fin has llegado”, dice el villenero muerto (VM). Ha depositado su cabeza, que antes llevaba bajo el brazo, sobre la enorme mesa de despacho. El resto del cuerpo está sentado detrás. Yo estoy plantado en el espacio abierto de las puertas del balcón del ayuntamiento por el que he trepado, vestido con mi mono gris y naranja de SECOPSA recubierto con pliegos del Diario Oficial de la Comunidad Valenciana para repeler a los villeneros zombis (VZ).
Todo en la espaciosa estancia soporta una gruesa capa de polvo rojizo/verdoso que desprende un vapor sulfúrico. La cabeza está completamente pálida, incluyendo su alta calva y los fugaces y rebeldes pelos que asoman por detrás de sus orejas. Me ofrece sentarme en una silla que hay frente a él. Al acomodarme, tóxicas volutas se desprenden de mi trasero dibujando en el aire algo parecido al desaliento. La cabeza del VM entorna los ojos como si estuviera teniendo una mala digestión. “Voy a contarte qué ha ocurrido y quién eres tú”, dice con sobria gravedad. “Todo empezó hace unas semanas, durante una función del Festival de títeres de Las Cruces-San Crispín. Un furibundo enemigo del equipo de gobierno, disfrazado de niño inmigrante muy publicitariamente utilizable, decidió fingir haber muerto en extrañas circunstancias, para que más tarde la oposición pudiera pedirnos exaltadas explicaciones. Pero algo salió mal. Las heridas que el mezquino sujeto se había infligido para dar verosimilitud a la tétrica maquinación se infectaron con un virus terrible que quizá estaba en su piel o en el ambiente; ya sabes cómo es el ambiente en Villena. Una ambulancia se dispuso a trasladarlo urgentemente al Centro Integrado, pero a mitad de camino terminó de transformarse en un zombi, agredió a los sanitarios y se escapó. En ese momento tú estabas cerca, realizando tu turno de limpieza cerca de la Plaza de Toros Plurifuncional, y trataste de detenerlo. No lo conseguiste, y además te mordió. Afortunadamente el conductor de la ambulancia pudo rescatarte y llevarte al Centro Integrado, donde perdiste el conocimiento. Y así has estado estas semanas, inconsciente, mientras el conspirador zombi se dedicaba a infectar a todos los villeneros. Pero curiosamente a ti no te afectó el mordisco. Por alguna razón -quizá estar más tiempo en contacto con las inmundicias o por tener antepasados foráneos y exóticos- tú eres inmune al virus. Por eso creemos que eres nuestra única esperanza para acabar con esta pesadilla.” Le escucho tembloroso y sobrecogido. “Pero, ¿tú no eres como ellos?” “Quizá mis fuertes convicciones están retrasando la trasformación completa, pero no aguantaré mucho más”. “¿Y qué puedo hacer yo?” Me lanza unas hojas impresas con letra de 18 puntos. Las cojo y leo las primeras líneas. “Pero esto es... un pregón de fiestas”. “Si tú lo lees el día cinco, desde este balcón, cuando todos los VZ estén escuchando, se acabará el efecto del virus”, remata angustiado. “Pero aquí se habla de amor y de humildad y de solidaridad y de bondad y de compromiso. ¿Crees que funcionará?” “Tiene que funcionar. Tenemos que creer que esos sentimientos todavía están en algún lugar profundo dentro de ellos”. Siento un viento helado de solitaria responsabilidad. El VM se levanta, coge la cabeza bajo el brazo y se dirige a la puerta de salida. En el último momento se gira y dice: “Por tu bien, ahora yo tengo que irme. Resiste estas cuarenta y ocho horas y lógralo; antes de que este holocausto se convierta en tradición y ya sea demasiado tarde”. Y desaparece.

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