Cartas al Director

Un villenero, testigo de excepción de las revueltas en Túnez

Cuando el día 2 de enero viajé a Túnez por motivos del Doctorado, poco podía prever lo que está ocurriendo. Ben Alí ha caído y he sido testigo directo de ello. El que fuera dirigente, presidente o, más comúnmente denominado, dictador de Túnez, quien llegó al poder tras dar un golpe de estado el 7 de noviembre de 1987, ha sido obligado a abandonar el país en tan sólo 28 días de revuelta popular. Desde que llegó al poder, su gobierno se ha caracterizado por la censura, el despotismo y, tras reducir al ejército a un mero instrumento estatal, creó un sistema policial en el que basó la seguridad de su país y, sobre todo, de su persona, familia y allegados. Un régimen amparado en la cleptocracia, donde la familia de su esposa, los Trabelsi (y unas cuantas más a la sombra de aquella), han concentrado el poder económico del país, donde la corrupción era la base de su particular política económica.
El pasado 17 de diciembre, el joven Mohamed Bouaziz de 26 años, se inmoló pereciendo el día 6 de enero en el hospital, después de que la policía le desmantelara su puesto de frutas y verduras por “carecer de los permisos necesarios”. Ni tan siquiera el más catastrofista de los analistas de su régimen podría augurar lo que el día 14 de enero pasaría: el derrocamiento de una de las dictaduras más duras del mundo árabe. Qué ingenuo fue Ben Alí cuando, por publicidad, fue a visitar a este mártir, en un vano intento nervioso de apagar la llama que acababa de prender.

¿Qué le espera ahora al país de los jazmines? Porque Túnez ya no huele a jazmín, por mucho que se le haya querido llamar la “Revolución de los Jazmines”. El olor a pólvora, gases y basura acumulada ha reemplazado esa mezcla de olores típicos con los que el país recibía a miles de turistas cada año. Lo que prometía ser una revolución pacífica, liderada en principio por una élite intelectual sumida en la pobreza, ha degenerado en una situación impredecible. Como impredecibles han sido los días pasados. Donde la euforia de ver al dictador huir ha devenido en actos de barbarie aprovechada, no solo por aquellos que cotidianamente son amigos de lo ajeno, sino impulsadas por los antiguos actores de un régimen fracasado y que intenta dar sus últimos aguijonazos a la desesperada y como mejor saben: creando el caos con saqueos, robos y, en algunos casos, matando civiles. Donde la policía nunca ha sido de fiar y el ejército se ha convertido en el liberador de un pueblo que solo busca libertad, trabajo y un futuro digno y, dicho sea de paso, unos dirigentes transparentes, una Democracia, la primera del mundo árabe, que no quiere decir que tenga que parecerse a una democracia occidental, pero Democracia al fin y al cabo.

Solo hay que esperar y ver si tantos años de corrupción han contaminado los corazones de quienes están ahora luchando por estabilizar un gobierno cuyos actores actuales han sido descafeinados por tantos años de lucha con cadenas puestas y desde una sombra proyectada desde un trono de despotismo consentido, en muchos casos, desde el exilio. Y todo, bajo el fuego cruzado de una política internacional que, de momento, solo calla y aplaude con timidez a un pueblo que se ha levantado contra la tiranía, una opinión internacional más preocupada en que este pueblo que quiere ser libre no les cree problemas en su lucha contra un terrorismo de corte religioso integrista. Y unos dirigentes árabes vecinos que miran con resquemor como la llama del pueblo tunecino ha hecho despertar sentimientos parejos en sus respectivas fronteras.

Fdo. Antonio Constán Nava

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