Fiestas

Una de indios… y Cristianos

Casi todo en esta vida cambia. Cambian las modas, los gustos, las tendencias y hasta los sentimientos. Los cambios son buenos; desde luego. Sin embargo, cuando uno echa la vista atrás gracias a los libros, las hemerotecas o las “charraícas” con gente mayor, se plantea si todo cambia a mejor. O no...
Durante el pasado Ecuador interno en la comparsa de Cristianos, escuché retazos de una historia que me sorprendió y por la que me interesé en profundidad. La síntesis es clara: cómo la comparsa de Cristianos llegó a tener en propiedad la casa en la que nació y se crió, nada más y nada menos, que el ilustre compositor Ruperto Chapí. ¡Nosotros, los Cristianos, una comparsa tan histórica como humilde, en plena Plaza Mayor! Pero al conocer la historia, descubres que en los detalles está la diferencia y que dicha síntesis queda empequeñecida cuando se conocen todos los entresijos que hicieron posible la adquisición de aquella casa.

Corría el año 1979 y los Cristianos, que entonces rozaban los cien socios, se encontraban hasta los... flecos de la casaca de ir de casa en casa en alquiler. Desde las Casicas de Hellín hasta los bajos del “Tío Frasquito”, celebrando las Juntas en el bar El Niño o en casa de Luis Fonegra. Llevando y trayendo cada año barras, mesas, sillas y cambiando más de sitio que el puesto de los “atorraos”. Fueron varias las casas que se buscaron y, casualidades del destino, el día anterior a la visita de la que había sido elegida como definitiva, en la calle El Hilo, Juan Marino (entonces “Juanito”) descubre que en la Plaza Mayor hay una casa, en la cual nació y se crió Ruperto Chapí, que se encuentra a la venta por parte de un bisnieto del compositor, que por entonces vivía en Venezuela. Tras una reunión tensa en la comparsa la votación para la adquisición de la casa dejó más sombras que luces, con 24 votos a favor, 21 en contra y 4 en blanco. Ante tales dudas, el por entonces presidente de la comparsa, Pascual Mullor, decide que no es una mayoría suficiente para echarse adelante y comprar la casa.

El inmueble se encontraba en ruinas, con el tejado casi hundido y con una parte alquilada a un comerciante local. Pedían un millón de pesetas por la propiedad y fue el arrojo, empuje e ilusión de los más jóvenes lo que hizo proseguir con la aventura. Diez socios de la comparsa, muchos de ellos pertenecientes a la directiva, deciden liarse la manta a la cabeza y avanzar en la compra de la casa por su cuenta y riesgo, para en un futuro, poder vendérsela a la comparsa. Las cuentas eran claras: 100.000 pesetas “por barba”, por las que la mayoría de socios tuvieron que responder con sus propiedades, la mayoría de ellos recién casados, e incluso alguno llegando a estar soltero y poniendo en peligro su futuro matrimonio.

Lo colectivo prevalece
Con la casa comprada y sin un duro en las arcas de la comparsa, la remodelación de la casa se llevó a cabo por parte de este grupo de entusiastas. La remodelación se hizo por parte de los socios, quienes al terminar su jornada laboral y durante fines de semana comenzaron a restaurar la que hoy en día sigue siendo nuestra sede social. Cada uno puso su granito de arena y su trabajo. No faltaba el “cafetico” y el coñac cada día para animar a la brigada. El socio que asumió mayor responsabilidad en la reforma fue Paco Enciso, por ser albañil toda la vida… que incluso recibió un día, pasadas las 12 de la noche, la visita en su casa de tres o cuatro socios, quienes empujados por el ímpetu, habían sufrido un percance en las obras. Tuvieron que bajar de carreras y apuntalar como se pudo la escalera, que amenazaba con venirse abajo irremediablemente.

Hubo anécdotas de todo tipo, como el día que una niña, hija de uno de los socios más emblemáticos de la comparsa, fue subida por un agujero del techo a la planta superior, ya que era imposible acceder por la escalera, para que les detallase lo que allí se encontraba. Un sinfín de anécdotas, producto del empeño, que hicieron que las Fiestas de 1980 y la previa presentación de sus cargos pudiesen realizarse en lo que hoy en día sigue siendo “la humilde morada” de los Cristianos.

Hazañas que a los que ni tan siquiera habíamos nacido nos remiten a un pasado en el que el sentimiento de lo colectivo prevalecía de forma mucho más fuerte y latente de lo que en la actualidad prevalece. Cambios en la forma de pensar y actuar, que hoy en día, 35 años después, se me antojarían casi imposibles. ¿Quién pondría hoy en día su casa como aval para comprar una casa para su comparsa? ¿Quién regalaría sus horas de trabajo, esfuerzo y tiempo libre en beneficio de cualquier colectivo anteponiendo el beneficio grupal al personal? Pues eso…

Historias que nos deben hacer reflexionar sobre la sencillez que envuelve dos palabras tan breves como potentes, que hace tan sólo unas décadas movían nuestra sociedad: ilusión y compromiso. Aquellas con las que este grupo de jóvenes se embarcaron en una de esas historias que al escucharlas engrandecen, un poco más si cabe, nuestras Fiestas de Moros y Cristianos.

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