Una temporada en el exilio
Abandonad toda esperanza, salmo 213º
Digan lo que digan, impartir clase de Literatura a adolescentes proporciona tantos placeres como sinsabores; porque mientras te recuerdan de continuo con una inocencia de lo más chulesca tu dolorosa mortalidad (ay, esos divinos tesoros que cantaba Rubén Darío y que no tienen ni idea de quiénes son Deep Purple), también te dan la oportunidad no solo de intentar contagiarles aunque sea un poco tu amor por las artes, sino de releer junto a ellos clásicos que tenías olvidados o incluso de saldar por vez primera algunas deudas... Porque sí, todavía no había leído Madame Bovary, ¿pasa algo?
En las últimas semanas, por la razón expuesta, me he reencontrado con Baudelaire y Rimbaud. He releído poemas de Las flores del mal a una edad más acorde con el espíritu decadentista que albergan sus versos, y eso que soy de natural jocoso. Pero sobre todo he redescubierto a un Rimbaud más emotivo y profundo de cómo lo recordaba, y me he propuesto que mis alumnos lo descubran y lo rememoren pasado el tiempo no solo con los rasgos de Leonardo DiCaprio, que lo encarnó en una película, y eso los más puestos en esto tan miserable de la cultura.
Para homenaje a Rimbaud, el que le hacen sus compatriotas Christophe Dabitch y Benjamin Flao en La línea de fuga, un cómic que nos retrotrae al París de finales del XIX, que el autor de Una temporada en el infierno abandonó junto con el ejercicio de componer versos. Es allí donde se reúnen sus discípulos para loar sus composiciones y editar Le Décadent, publicación cuya fama se sustenta en publicar inéditos del poeta maldito por excelencia. Pero estos son apócrifos, como denuncia un Verlaine convertido en albacea de su antiguo amante, y su autoría corresponde a Adrien, un poeta discreto que para encontrarse a sí mismo tendrá que pasar por localizar al gran Rimbaud e intentar que vuelva a París y a la poesía.
Coincide en el tiempo con esta obra espléndida la publicación de la primera entrega de Mattéo, del también francés Jean-Pierre Gibrat, que hace gala de lo mejor de la historieta gala: un relato con todos los elementos de los grandes clásicos plasmado en páginas de una gran belleza plástica, y cuyo protagonista, como Adrien, se ve obligado por las circunstancias -aquí, la mujer a la que ama y a la que necesita impresionar- a marcharse de su hogar para alistarse y combatir en la Gran Guerra. Eso sí: me deja fascinado cómo nuestros vecinos son capaces de citar a sus referentes literarios (Maupassant) y hasta los nuestros (Cervantes) con la misma naturalidad con la que nosotros tosemos o vamos al baño. Será que lo llevan en la sangre, porque ya me gustaría a mí que la panadera o el conductor del autobús me salieran al paso con Garcilaso o Valle-Inclán.
Y como manual para entender esto del exilio, pero no el de Rimbaud sino el de los españoles que como el padre de Mattéo se vieron obligados a abandonar su patria por sus ideas, ya fuesen contrarias a Alfonso XIII o a Franco, échenle un vistazo al último ensayo de Jordi Gracia, A la intemperie, que se propone desmitificar ideas recibidas acerca de la generación de Salinas, Cernuda o Buñuel. Yo ya lo tengo en la mesita de noche, para poder exiliarme sin salir de casa.
La línea de fuga y Mattéo están editados por Norma Editorial; A la intemperie está editado por Anagrama.