Literatura

«Una, y otra, y otra vez…» (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)

– Tú eres tonto. ¡Que no tienes nada que hacer, chaval!... Tío pesao. Déjalo, que esta se te resiste –me decía Carlos-. Pasa de ella. Era mi amigo, qué pena que ya no nos veamos, la vida marca distancias.
Aquello me ocurrió durante una temporada, fueron unos meses en los que demostré que podía ser muy tozudo. – ¡Que me dejes en paz, estúpido! Mi amigo me decía que me lo replanteara, que empezaba a ser acoso.

La primera vez se rio de mí. Creía que le tomaba el pelo. Pero al seguir insistiendo, se empezaba a plantear si la cosa iba en serio. Llegó a darme una bofetada alguna vez. Con el tiempo, nos acostumbramos a la rutina: yo me acercaba en cuanto podía y ella, antes si cabe, se alejaba soltando improperios. Una de tantas incluso me escupió. La tenía acorralada. Me empujaba, pero yo sabía que me quería; no se quería escapar… y en el tonteo: -¡Qué habré hecho yo para merecerme esto! - ¡Estar tan buena! En cuanto pude le pedí perdón. -¡Mira que te vuelvo a escupir como me vayas diciendo cerderías!

Yo siempre supe que era un tipo bien plantado y más guapete que muchos. A los quince uno se mira al espejo y advierte que no tiene rival; y si hace falta, sólo basta ver qué orgullosa está tu madre: -¡Todo un hombre! O sea, a los quince no podía ser sino un cretino monumental. Me consuela no haber sido el único por entonces.

¡Qué narices! El caso es que no estaba falto de interesadas. Y dicho sea de paso, me movía con facilidad por los corrillos femeninos. Mi nombre después resonaba entre sus voces, seguro. Hoy todavía me lo creo. Alguna vez estuve con una o con otra… María, Paula, Carmen. Cuando repasas las victorias del pasado comprendes, sin embargo, que fueron sólo nombres comunes, nombres hueros, irrelevantes, como el mío seguramente en sus corrillos. No. Pero no. Que a mí nunca me faltaron atenciones. Sin embargo, ella…

Sabía que me quería. La tarde aquella la encontré en un banco del paseo con dos o tres amigas más. Los hay que son de natural tímido, yo a la enésima todavía no había aprendido qué es esto de la vergüenza. Allá que fui. Como quien espanta palomas, las demás al poco volaron. ¿Pero quién entiende a las mujeres? Porque nos quedamos solos. Más listas que el hambre. Me senté. Prometo que me quise hacer el valiente y le sostuve la mirada, tal vez aguantara unos segundos. No me salían las palabras. De verdad que somos unos vendidos los hombres. – Anda, cómprame algo. Nos levantamos; unos pasos después caí en la cuenta: era mi primer paseo de novios con ella.

Lo peor de todo es que siempre me quiso. Una vez me lo dijo, desde el primer momento. Cada vez que la veo durmiendo, veo su cara de chiquilla, la misma de aquellos años, perfecta, la más guapa, y recuerdo una, y otra, y otra vez a aquella cría de la que me enamoré.

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