Uno de esos ricos tontos que tanto abundan
En las primeras citas me gusta escucharles, dejar que lleven la iniciativa, hacerles creer que estoy en sus manos, que estoy dispuesto a humillarme si es preciso para conseguir lo que quiero. Les dejo que me den todo tipo de explicaciones, que me cuenten cosas que en realidad me importan un pito. Y de esta forma consigo que les crezca la autoestima, la confianza de que están con alguien que sabe lo que quiere y de quien se pueden fiar. ¿Me sigues?
Por supuesto, desde el primer momento me muestro elegante y educado, vistiendo buenos trajes y conduciendo mi sobrio Bentley Continental Flying Spur, ostentando sutilmente y con despreocupada actitud mi alto (en realidad obsceno) poder adquisitivo. Les hago creer que soy uno de esos ricos tontos que tanto abundan en la costa. Tipos que han heredado inmensas fortunas que su abuelo o bisabuelo empezó a amasar fabricando comida para perros o cualquier otra cosa vulgar pero estúpidamente necesaria. Esto, evidentemente, les despierta sus instintos más primarios, aunque también les intimida un poco a la manera de las sirvientas antiguas. En estas primeras citas les invito a desplazarnos en mi Bentley, pero teniendo muy claro que a lo máximo que puedo llegar es a la puerta de la casa, nunca a sobrepasar el portal. Para que mantengan el interés y no desesperen (pues lo que realmente quieren es que entre dentro de la casa y me entregue a sus deseos), voy inventando excusas, pequeños inconvenientes, sin parecer demasiado maniático, siempre perfectamente argumentadas. Mi propósito es que su predisposición e interés se mantengan en un nivel alto, que sigan pensando que el esfuerzo finalmente les valdrá la pena. Me desentiendo en la puerta de la casa llevando cuidado de que mi negativa a entrar no se entienda como una ofensa, o como un fracaso en su anhelo de llegar hasta el final. Para ello enumero atrevida pero despreocupadamente las numerosas propiedades de alto valor que poseo a lo largo del país, ¿comprendes? Trato de mostrarme como un beneficio seguro pero desinteresado. En los siguientes encuentros voy relajando mi imagen, voy añadiendo a mi atuendo complementos más ligeros, tipo trajes de Tweed de colores claros y pañuelos al cuello. Me dejo caer con mi Porsche 911 Sport Classic, tratando de dar la impresión de que empiezo a estar preparado para dar el paso, para relajar mi fría y rígida educación y establecer una relación más sincera. Y es entonces cuando sí, por fin, al llegar a la puerta de la casa, accedo a entrar para examinar de cerca lo que se me ofrece, e inmediatamente me voy a la cocina y abordo las cañerías de debajo del fregadero con negativos movimientos de cabeza, abro y cierro los grifos con sistemática firmeza, golpeo los radiadores con frustración, comento la escasez de enchufes, recorro las molduras del techo puntualizando alguna irregularidad, certifico pequeñas diferencias en el tono de la pintura quizá debidas a ocultas manchas de humedad, y, en definitiva, descargo todo mi arsenal de decepciones.
- ¿
!
- Sí, ya sé que es cruel aprovecharse así de la coyuntura, pero es que me encanta ver cómo se hunden las expectativas, creadas a lo largo de varias semanas, de un agente inmobiliario. Llámalo hobby si quieres; o venganza. Me importa un pito cómo lo llames.