Opinión

Vamos a contar mentiras

Que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas es una mentira universal, pero existen otras tantas mentiras que, universales o no, algunos desconocemos o incluso las admitimos como verdades.
Existen un tipo de hechos que, por no poderse demostrar su falsedad ni su autenticidad, son considerados creencias, llegando a confundirse éstas con la verdad. A raíz de la creencia o teoría, como algunos llaman, del creacionismo, se ha creado un museo en Petersburg, un pequeño pueblo en Kentucky, Estados Unidos, donde, como en un parque temático, se muestra la historia de la humanidad según cuenta el Génesis de la Biblia. Allí se podrá ver cómo los dinosaurios convivían con humanos físicamente iguales a los de hoy en día, un arca de Noe gigante y hasta una colección de fósiles que probablemente estén hechos de galleta. Los creadores del museo nos quieren hacer creer que la Tierra se creó en seis días y punto. Tirando la teoría de Darwin por el suelo y porque sí. Se podría decir que se trata de una creencia transformada, gracias a 20 millones de euros, en una verdad a “ciencia” cierta.

Y ya puestos a hablar de mentiras, y teniendo en cuenta que estamos en la época donde las mentiras aparecen con más frecuencia en los medios de comunicación, la campaña electoral, que no quiere decir que el resto del año no hayan medios que digan mentiras, que los hay, y los hay porque ellos mismos saben que hay gente que va a creer lo que ellos digan, igual que les pasa a los políticos, pero no sólo hay gente que se cree esas mentiras, sino que además hay gente que las utiliza como verdades por el simple hecho de que “lo han dicho en la radio”. La diferencia es que ellos no están mintiendo porque desconocen que eso sea falso. Se dice que una mentira es tal cuando el que la cuenta cree que es falsa y aunque luego sea verdad, si el que la dice sospecha que no es del todo cierto, sigue siendo una mentira. Existen mentiras de varios tipos, están las mentiras piadosas que normalmente son utilizadas para no hacer daño y quedar bien, como “yo no te he visto tan mal” o “no te preocupes, ellos no tienen ni idea”. Luego están las auto-mentiras, que son las que uno se hace a sí mismo para complacerse, aunque sólo sea por unos instantes, son las típicas mentiras que no te las crees ni tú, tales como “la última y me voy a dormir” o “ya si eso te llamo yo un día de estos”. Y por último las mentiras universales, que son las que tanto el mentiroso como el mentido saben perfectamente que no son ciertas, como cuando uno hace una entrevista o prueba de trabajo y le dicen “ya te avisaremos”. No hay que confundirlas con las mentiras del mundo, que vienen a ser las que uno se cree porque que todo el mundo las cree. En la antigüedad hay un ejemplo que ilustra muy bien este tipo de mentiras, que no son mentiras hasta que alguien lo demuestra, como era el caso de Copérnico, que fue considerado mentiroso por afirmar que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol. Nadie pone hoy eso en duda y ninguno hemos viajado al espacio para contemplarlo, o por lo menos yo no. El caso contrario ocurre con la llegada del hombre a la Luna, mucha gente, y con razón, pone en duda la llegada de los americanos al satélite y lo argumentan con pruebas bastante convincentes, pero el mundo entero se conforma con haberlo visto por la tele para no dudar ni un segundo de que el hombre llegó a pisarla. Yo no dudo que el hombre pueda llegar a la Luna pero, ¿cómo haría para volver?

Mentir está en contra de los cánones morales de muchas personas y está específicamente prohibido como pecado en muchas religiones. La tradición ética y los filósofos están divididos sobre si se puede permitir a veces una mentira. Por ésta y otras razones nadie tiene la fórmula para discernir entre lo que es verdad y lo que no, ni siquiera el polígrafo sirve. Y como si no lo veo no lo creo, los creacionistas han pensado hacer visible una mentira para así convertirla en verdad.

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