Viaje con nosotros a mil y un momentos
Abandonad toda esperanza, salmo 141º
Uno de los protagonistas de la serie Quantum Leap, en la que un viajero en el tiempo ayudaba a solucionar casi un centenar de problemas en otros tantos episodios, contaba que a la cadena que la emitía llegaban cartas de espectadores indignados que culpaban a los responsables de la serie de no respetar las reglas de los viajes espaciotemporales. A lo que el actor respondía muy sabiamente: "¿Quién demonios sabe cuáles son las reglas de los viajes espaciotemporales?".
Porque son precisamente esos galimatías narrativos, trufados de incongruencias, que ocasiona el que alguien se desplace en el tiempo lo que confiere a estas historias gran parte de su atractivo: ¿qué sería de la trilogía de Regreso al futuro, esa obra maestra del cine de los 80 -y lo digo absolutamente en serio: una obra maestra de ese arte dignificado por Ford, Hitchcock, Dreyer, Rossellini, Bergman, Kurosawa, Coppola-, sin esos saltos adelante y atrás, ese juego de espejos sin fin, con Marty McFly y Doc Brown repetidos varias veces, en diversos planos paralelos, convergentes o como diablos se los quiera considerar?
Todo empezó con H. G. Wells y La máquina del tiempo, un clásico incontestable de la literatura fantástica, que tuvo su mejor adaptación al cine en aquella estupenda El tiempo en sus manos dirigida por el maestro de los efectos especiales George Pal y protagonizada por Rod Taylor. Desde entonces muchos han sido los viajeros a lo largo y ancho del espaciotiempo cinematográfico, desde el protagonista de la experimental La jetée de Chris Marker a los científicos de Primer, pasando por los enanos de Los héroes del tiempo o el propio Wells del pastiche Los pasajeros del tiempo.
El último que se suma a esta lista es Héctor, el anónimo protagonista de Los cronocrímenes al que da vida un estupendo Karra Elejalde: lo que parecía una tarde apacible en su casa de campo se convertirá, por varios sucesos azarosos (o que al menos parecen serlo), en una pesadilla de identidades duplicadas y triplicadas, accidentes de coche que no son tales y muertes fortuitas que podrían ser asesinatos, sucesos todos ellos provocados por un viaje al pasado... de apenas una hora u hora y media.
La película podrá gustar o no, pero hay que reconocerle la gran valentía que supone en el mercado cinematográfico patrio: después de foguearse con éxito en el mundo del cortometraje con piezas como Choque o 7:35 de la mañana (esta última, nominada al Oscar), el realizador Nacho Vigalondo ha urdido una opera prima tan minimalista como fascinante, coherente con sus férreas reglas autoimpuestas, que demuestra la posibilidad de ofrecer algo radicalmente diferente al resto de ofertas, y que aunque se trata de un film construido con inteligencia, y en el que todas las piezas parecen encajar con precisión (y si no es así, no seré yo quien lo note), es también la obra de un romántico cruel que escribe con el corazón.
Los cronocrímenes se proyecta en cines de toda España.