Victoria pírrica
Abandonad toda esperanza, salmo 218º
Cada vez voy menos al cine, desde que el DVD e Internet permiten ver las películas como Dios manda, en versión original, y no en la doblada que nos impone el sistema de exhibición cinematográfica. Solo los viejos maestros que todavía permanecen en activo son capaces de levantarme del sofá y llevarme a una sala oscura. Hace un par de semanas me ocurrió con Scorsese, y me ha vuelto a pasar con Clint Eastwood, una de las últimas leyendas de Hollywood, capaz de convencer por igual a crítica y público y de convertir cada uno de sus trabajos en un acontecimiento del que no se puede permanecer al margen.
Así ocurre con Invictus, aunque lamentablemente sea un film que no pasará a engrosar la lista de obras maestras dirigidas por este genio que jura y perjura haberse retirado como actor tras su trabajo en la inmediatamente anterior Gran Torino; no sé si cumplirá su palabra, pero aquel Walt Kowalski me parece una dignísima y muy representativa despedida. Volviendo a su último trabajo: se trata de una película menor dentro de una filmografía plagada de obras maestras como Bird, Sin perdón, Los puentes de Madison o Mystic River, y creo que sé por qué... Este relato de los inicios de Nelson Mandela como presidente de Sudáfrica y el proceso que llevó al equipo nacional de rugby a ganar la Copa del Mundo es tan bienintencionado que elude mostrar el lado más oscuro e inquietante del tema que subyace en todo momento: el racismo.
Además, me parece increíble que una oración, un poema y un té con el Presidente conviertan a un grupo de mantas en un equipo imbatible. Quizá sea que no entiendo de deportes. Pero eso sí: tengo que confesar que el viejo Clint ha conseguido emocionarme durante el partido contra los maoríes de Nueva Zelanda preocupándome por el resultado final. Para entender la importancia del suceso, tengan en cuenta que la última vez que me entusiasmó un partido de fútbol este fue de mentira, el de Evasión o victoria de John Huston, cuando nos la proyectaron en los Salesianos siendo yo pequeño.
La vigencia de una figura como la de Eastwood se demuestra cuando en una colección tan prestigiosa como la que Cátedra dedica a cineastas de todo el mundo, el autor de Infierno de cobardes es el primero en repetir volumen: de la mano de una pluma tan autorizada como la de Carlos Aguilar, también responsable del libro sobre el segundo director que repite, Sergio Leone (maestro de quien nos ocupa), podemos descubrir todo aquello relacionado con sus películas como director y/o actor, desde sus comienzos como poco más que un figurante a las órdenes de Jack Arnold en cintas de serie B hasta la citada Gran Torino. Sobre Invictus no busquen nada, porque Eastwood rueda a una velocidad en la que solo encuentra rival en Woody Allen o el centenario Manoel de Oliveira.
Y si usted lo que busca, más que un estudio sobre su obra, es un retrato del hombre más allá de su cine, no se pierda la biografía escrita por Patrick McGilligan, que promete reflejar a esta leyenda viva con sus luces y, sobre todo, sus sombras, en un texto no autorizado que quizá moleste a aquellos que no saben separar al artista de su trabajo, al hombre de su leyenda.
Invictus se proyecta en cines de toda España; Clint Eastwood y Clint Eastwood (Biografía) están editados por Cátedra y Lumen respectivamente.