Villena ruidosa
Ahora que, con la suspensión de la huelga de basuras, se diluye la amenaza de una Villena olorosa (más de lo que ya huele, se entiende), ha llegado el momento de afrontar otra cuestión molesta para la correcta convivencia entre vecinos: los ruidos.
No me refiero al generado por los locales de hostelería, bares y salas de fiestas, regulado por la correspondiente Ordenanza y cuyos propietarios han experimentado en sus propias carnes (y cuentas corrientes) lo que pasa cuando se infringe la normativa. Tampoco a los locales privados, esos que a partir de ahora (?) se van a ver afectados por la famosa Ordenanza de locales juveniles, sino a ciertas cuestiones que bien podrían ser recogidas por ambas regulaciones, ya que el problema es el mismo, y a mí me han enseñado que todos somos iguales ante la Ley (y perdonen que me ría).
Estoy hablando, por ejemplo, de la arcabucería. Ya sé que dicha manifestación festiva se produce en momentos muy determinados, integrada en un Programa Oficial de Actos y bajo estrictas medidas de seguridad, pero tampoco estaría de más obligar a usar arcabuces que no superaran el máximo permitido de decibelios. Desde luego, señora, que ese ruido le gusta a muchos villeneros, pero tampoco generalicemos, porque muchos no soportamos esas cosas y nos sentimos abandonados por las autoridades, sumisamente complacientes con quienes nos estropean el sueño y el descanso.
Lo de la música festera también es para analizarlo, porque uno puede aceptar que hay momentos y lugares actos oficiales en que toca la Banda Municipal o cualquier otra formación y hay que respetarlo, pero no sé hasta qué punto hemos de tolerar que varios músicos, por su cuenta y riesgo y sin mediar acto oficial alguno, se pongan a tocar en la terraza de un bar sin pedir permiso ni al dueño ni a los clientes. ¿No se les podría multar como a los bares que ponen la música más alta de lo permitido o a los locales juveniles no insonorizados? Ahí dejo la pregunta.
Y para el final, el trueno gordo. ¿Alguien se ha molestado en comprobar el nivel de decibelios del campanario de la Iglesia de Santiago? Y conste que aquí no hablamos de cinco días al año ni de un programa de actos, sino de sufrir 365 días al año y 24 horas diarias cuartos, medias, tres cuartos, horas en punto, llamadas a muerto y llamadas a misas varias, amenizadas en momentos puntuales con melodías tan largas que en lugar de dar las 12 parece que estén dando las 1.517. Que sí, que está muy bien por aquello de la tradición, pero podían avisar a los creyentes por SMS o WhatsApp, dejándonos vivir tranquilos a los infieles.
Como comprenderán nada de esto se tendrá jamás en cuenta, pero mi desahogo prefestero anual no me lo quita nadie. Amigos y vecinos, disfruten de sus queridas Fiestas, que yo me largo al exilio. Nos vemos a la vuelta
¡y día 4 que me fuera!