Apaga y vámonos

Villena Walking Dead

Como zombies sin cerebro ni alma alguna recorren las calles, deambulando de un lado para otro sin rumbo fijo y guardando sus escasos reflejos y las últimas reservas de energía para la ingrata tarea de conseguir algún euro, cualquier baratija, algo de valor que vender al mejor postor, un trocito de cobre que robar y llevar hacia la carretera de Caudete… No. No son los muertos vivientes del último éxito de La Sexta. Son los yonquis que pululan por las calles del Rabal.
El siempre triunfalista Gabinete de Prensa Municipal nos vendía a finales del año pasado, tras la pertinente reunión de la Comisión de Seguridad Ciudadana, que el número de delitos registrados en Villena había descendido un 30%, y muy especialmente aquellos sucesos relacionados con el tráfico y el consumo de estupefacientes, cuyos índices estaban cayendo en picado a causa de la buena coordinación entre los distintos cuerpos de seguridad, el aumento de la colaboración ciudadana y bla-bla-bla. Ya. Que les pregunten a los vecinos.

Fíjense si está tranquila la cosa que los vecinos del Rabal han tenido que solicitar una reunión con el concejal de Policía porque ven que la cosa se les está yendo de las manos, con los zombies haciendo de las suyas a todas horas y sin la más mínima vergüenza. Antes, por lo menos, los que querían hacer alguna barrabasada se aliaban con la quietud y la oscuridad de la noche, esperando que nadie los viera y su acción pudiera pasar lo más desapercibida posible. Ahora les importa tres leches. Es tal la impunidad que no les importa asaltar viviendas a pleno día, llevarse por docenas tejas de las techumbres o acomodarse en un sitio al solecito y bien resguardado para dispensarse su dosis de rigor, verbigracia, en las escaleras del flamante y nuevo Centro de Recepción de Visitantes, donde además de mostrar a los turistas nuestros atractivos turísticos, gastronómicos y medioambientales, podemos ofrecerles una completa selección de limones exprimidos, cucharas quemadas y jeringuillas con restos del último bombeo.

Es obvio que debe resultar complicadísimo poner remedio a esta situación cuando no existen ni los medios para mantener una vigilancia constante en la zona ni una legislación decente que proteja a las víctimas en lugar de a los delincuentes, pero no deja de resultar llamativo que se nos llene la boca hablando –especialmente en estos últimos tiempos– de lo bien que lo estamos haciendo para potenciar nuestro casco histórico y nuestro turismo, y al mismo tiempo seamos incapaces de encontrar solución alguna a un problema de extrema gravedad, porque no sólo afecta a nuestra imagen como destino turístico (y en consecuencia, a nuestros hosteleros, artesanos y demás profesionales relacionados), sino que quienes lo sufren en primera persona son nuestros propios vecinos, personas que pagan impuestos como el que más y que no se merecen quedar abandonados por la administración y a voluntad de las hordas de zombies que han hecho suya la zona.

Al maestro Miche

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