Visionario
Peter Villanueva Hering lo cuenta en su entretenido libro "Errores, falacias y mentiras", libro que a modo de subtítulo, emulando los tratados antiguos, apostilla: "Inventario de falsedades y de conocimientos errados, tenidos comúnmente por ciertos a lo largo de la historia y aquí debidamente refutados".
Y cuenta que el escritor y político estadounidense Ignatius Donnelly (1831-1901), además de sus escritos sobre la Atlántida, publicó a finales del ochocientos una novela titulada "La columna de César" donde, además de prever el desarrollo de la radio y la televisión y otros adelantos y costumbres del futuro, aventuraba que en 1988 Estados Unidos estaría gobernado "por una oligarquía financiera despiadada y poblados por una infame y abyecta clase trabajadora". Vamos, un escenario como el de esas películas futuristas que nos muestran espacios de apagado color metálico, mucha grasa y demasiadas goteras. Un mundo hostil. En aquella utopía pesimista Donnelly relataba también nos lo recuerda Villanueva que existía una conspiración en contra de la humanidad, conspiración organizada en dos continentes pero que con rapidez estaba apoderándose del mundo. Los conspiradores, advertía el relato, estaban aturdiendo a la población mundial para que no pudieran reconocer al enemigo. Estas teorías, sumadas a sus especulaciones sobre la Atlántida que tanta popularidad le dieron y sumadas también a sus elucubraciones sobre la autoría de las obras de Shakespeare que Donnelly atribuía a Francis Bacon, le procuraron al escritor el título de "Príncipe de los chiflados".
1988, la fecha que Donnelly puso a los hechos de su novela, nos queda lejos y somos muchos, chiflados o no, los que aturdidos parece que no sabíamos o no queríamos saber lo que estaba pasando. Acaso porque tampoco nos lo esperábamos. Atolondrados, no hemos sido capaces de reconocer a nuestros enemigos. Atolondrados o benditamente confiados, porque no esperábamos que los hubiera. Y esto, por no saber de quién o de qué defendernos, nos ha pillado desprevenidos. No se puede combatir lo que no se sabe. Desde nuestra predisposición a creer que por naturaleza el ser humano es bondadoso, hemos bajado la guardia y hemos confiado, despreocupados, en quienes nos pidieron nuestra confianza y que se nos dibujan ahora como lobos desprendidos de la piel de cordero con la que nos engañaron.
Las tesis de Donnelly sobre un futuro sombrío y dominado por las conspiraciones, tesis olvidadas o consideradas disparates, se reeditan en otras voces en la crisis que nos alertan sobre intereses espurios de especuladores en torno a empresas de calificación y políticos. Esas fuerzas sin más patria ni más bandera que la voluntad de acaparar y que aunque no las veíamos, aunque no las sentíamos, ahora vemos y sentimos que nos afectan. Fantasmas revueltos en la maltrecha mansión mundial que habitamos, espíritus insatisfechos.
La historia parece correr al margen de nuestras voluntades. No nos obedecen las ramaleras ni los brazos y sentimos que nos llevan a galope desbocado. Cuando hace tiempo escribimos "L'Océan" en "De recuerdos y lunas", recordando nuestra preciosa estancia en la Francia de Las Landas, describimos nuestra sensación, plácida e incómoda a la vez inquietante al sentirnos a la deriva de las mareas, vapuleados en la barcarola de las olas desmedidas. La descripción de aquella experiencia era también metáfora. Por un lado, la libertad del mar contagiándonos su libertad con su fuerza de sales y espumas; pero por otro, la zozobra de la zozobra. Como madera a la deriva. Posiblemente, como hemos dicho, confiados, hemos bajado en exceso la guardia. Envueltos en el nimbo de espumas, vivíamos como si nada nos amenazara. Los conspiradores nos cogieron ventaja. Menos mal que ya les conocemos la cara y las intenciones.