Apaga y vámonos

¡Vivan las gordas!

Nuestra sociedad ha sido y sigue siendo tremendamente injusta con las mujeres. Y ya sé que no estoy descubriendo América, queridas amigas, pero es que, cuando llega el verano, esa injusticia se hace más patente que nunca.
Con los primeros calores del año se desata en nuestro entorno una especie de paranoia antigordas que alcanza su clímax en verano, precisamente en estos mismos momentos. Las revistas “femeninas” parecen ponerse de acuerdo para tratar el tema en cuestión, y no cejarán en su empeño hasta que consigan que sus lectoras se pongan imposibles ante la perspectiva de no caber en el bikini y verse obligadas a ofrecernos una involuntaria exhibición playera de lorzas, lo que tendría fácil solución comprando un bikini más grande o tomando ejemplo de los hombres. Como lo oye, señora. Ejemplo de los hombres.

Y es que, a los tíos, la sociedad nos deja en paz respecto a estas cuestiones. Es más, basta tragar un poco de telebasura para darte cuenta de que los modelos a seguir, los auténticos sex symbols nacionales del momento, son más bien del tipo Paquirrín o padre de Jesulín, es decir, viejos gordos y calvos o gañanes treintañeros cuya tripa cervecera y triple papada nos convierten a todos los demás, sin excepción, en clones de Brad Pitt o George Clooney. Si esos dos individuos, y otros tantos como ellos, ligan a destajo –y en algunos casos con especímenes de lustroso porte–, ¿para qué vamos a hacer el menor esfuerzo nosotros, los comunes mortales, por mejorar nuestro aspecto físico (del intelectual ni hablemos)? En conclusión, el mensaje que nos está mandando la sociedad es el siguiente: podéis seguir poniéndoos como cerdos, tíos, pero a las mujeres no les vamos a dar tregua.

Hoy más que nunca la conspiración antifemenina está haciendo estragos, y una de sus principales armas es la dieta infalible de moda, ese régimen capaz de convertir a cualquier mujer en una sílfide en apenas dos semanas y con el mínimo esfuerzo. Así, mientras que Paquirrin o el Aure se ponen finos de cerveza, jamón y chistorra cada fin de semana y los jueves de guardar, las mujeres sufren con una ensaladita asquerosa y un yogur desnatado, y encima acojonadas por si se echan al lomo algún kilito de más.

Y lo más grave de esta conspiración es que se ve venir. Cada año empieza allá por abril, se recrudece en mayo y ya es insoportable a partir de junio. En agosto, cuando ya ha quedado demostrado –un año más, aunque no nos acordaremos el que viene– que todas las dietas milagro eran un timo, las revistas cambian de tercio y nos hablan, qué sé yo, de la vuelta al cole o la ropa de entretiempo.

Así las cosas, creo que para acabar con esta injusticia que anima al hombre a encerdarse y a la mujer a morir de hambre, urge crear los equivalentes femeninos de Paquirrín o el padre de Jesulín. ¿Qué tal María Teresa Campos o Leire Pajín? ¿Por qué el canon de belleza femenino no puede residir en una estructura corporal tipo mesa camilla? Si a los hombres se nos permite ser calvos y tripones, ¿por qué las mujeres no pueden ser rollizas y ajamonadas? Ya sé que esta sociedad machista no está preparada para propuestas tan audaces, pero mucho ánimo, amigas. Yo os apoyo. Disfrutad la vida y que le den a las dietas, a la Carbonero y al Cosmopolitan. ¡Feliz verano!

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