Woody y Hitch
Abandonad toda esperanza, salmo 158º
Aunque algunos se nieguen a separar al hombre de sus obras, admirar el talento creativo de alguien no conlleva necesariamente comulgar con este en otros aspectos de su persona, y de la misma forma que a Enrique Bunbury le puedo poner pegas cuando le oigo en alguna entrevista pero me rindo incondicionalmente a su talento musical, a Santiago Auserón nunca lo he tragado como cantante, pero no por ello deja de parecerme cuando le escucho opinar de cualquier tema una de las personalidades más coherentes, por su inteligencia y su insobornabilidad, del panorama musical español.
De la misma forma, la imagen que se tiene de Woody Allen en Estados Unidos es muy distinta de la que percibimos en Europa: la mojigatería de su nación no ha podido separar al autor de sus películas, y allí no pasa de ser un cineasta para minorías más famoso por haberse casado con la hija adoptiva de su ex Mia Farrow que por haber dirigido obras maestras como Manhattan o Delitos y faltas. En cambio, en el viejo continente, el (puntual) estreno anual de su última película es una cita inexcusable para cualquier cinéfilo de pro.
En el que, les adelanto ya, me parece el mejor libro de cine del presente año, Conversaciones con Woody Allen, Eric Lax nos acerca a la figura de un creador inagotable que no se considera a sí mismo un genio, sino un artesano dedicado a un oficio que le permite evadirse de la dura realidad, y que sin despreciar la comedia (uno de los equívocos que el entrevistado se ocupa de desmentir) prefiere el drama, aunque se considera más dotado para la primera. Es un libro fascinante para todo enamorado del séptimo arte.
Otro creador cuya personalidad conviene saber separar de su obra es Alfred Hitchcock: el primer director que convirtió su nombre en un reclamo para la taquilla, siendo en ocasiones más famoso que las estrellas que protagonizaban sus películas (uno de estos pocos casos excepcionales en la historia del cine, como lo serían después Quentin Tarantino o el propio Allen), fue también un individuo misógino y manipulador que supo (o no pudo evitar) aprovechar su faceta más oscura para construir una imperecedera serie de intrigas crueles.
En Las damas de Hitchcock, el experto en la cara oculta del Hollywood clásico Donald Spoto analiza la filmografía del Mago del Suspense atendiendo a sus relaciones, estrictamente profesionales porque ellas no quisieron que fueran más allá, con algunas de las actrices con la que trabajó, caso de Madeleine Carroll, Ingrid Bergman, Grace Kelly, Kim Novak o Tippi Hedren, construyendo un retrato sincero, con sus grandezas y sus miserias, de un genio irrepetible.
Por cierto, y volviendo a Allen: Vicky Cristina Barcelona debió ser una cita obligada para un seguidor irredento de su autor como yo, pero me he negado en rotundo -como debiera hacer siempre pero, ay, la carne del cinéfilo es débil- a ver a Javier Bardem y a Penélope Cruz doblados al español, en lugar de dándole la réplica en inglés a Scarlett Johansson. Así que me tocará esperar a que algún amable programador de multisala se decida a recuperarla en versión original, aunque tal vez y mientras tanto, de forma literal, me den las uvas.
Conversaciones con Woody Allen y Las damas de Hitchcock están editados por Lumen.