Y en ocasiones tenebrosas me golpeaba con el puño para sentenciar su reinado
Mi marido me maltrataba física y psicológicamente, todos los días, como una pesadilla rutinaria. Tenía la costumbre de darme collejas e insultarme por cualquier tontería que a él no le parecía bien. De vez en cuando, sin que aparentemente hubiera motivos diferentes o más graves, soltaba la mano y me abofeteaba, y en algunas ocasiones tenebrosas me golpeaba con el puño para sentenciar su reinado. Yo lo soportaba todo con la oscura esperanza de que nunca sobrepasara la línea roja de la barbarie homicida.
Y lo más humillante era que, cuando estábamos con amigos o conocidos, se mostraba jovial y abiertamente afectuoso, y me llamaba hipócritamente Cariño y Mi Vida, de modo que delante de los demás yo siempre era la tristona, la sosa un poco aguafiestas y la enfermiza un poco maniática. Las horas que estaba sola en casa mientras él trabajaba eran remansos angustiosos entre tormentas impredecibles. Yo trataba de crear en esos intervalos sin él un espacio íntimo lleno de auténtico deseo de vivir, pero la realidad era que el tiempo se me arrugaba y mi corazón quería petrificarse. [Pausa.] Hace un año decidí envenenarlo poco a poco. Ya sé que es algo muy difícil de justificar, pero mi resistencia estaba al límite. Investigué en internet, y después de mucha información dudosa o inexacta para mi propósito, encontré, escondido en una web aparentemente inofensiva, el método para envenenar a alguien de forma lenta y segura. La información parecía fiable. Todo estaba descrito con un lenguaje preciso que no denotaba ninguna necesidad de impresionar o embellecer el relato. Puse en práctica el método asesino de inmediato, y desde las primeras semanas empecé a ver unos resultados extraños e inesperados. Mi marido estaba cada vez más tranquilo, sin ese genio que le hacía explotar por nada. Sus gestos se estaban volviendo más amables y pausados, y en su cara se diluía la pasada tensión y aparecía una agradable sonrisa. Su lenguaje se pobló de palabras cariñosas, y la expresión por favor, que nunca había utilizado en privado, se convirtió en la muletilla de toda petición. Yo estaba asombrada, pero no dejé de aplicar las dosis establecidas del método porque tenía miedo a que él volviera a su peligroso estado anterior. Al ritmo de su cambio de actitud, también es cierto que su físico se fue deteriorando lentamente, y donde antes había músculos tensos ahora se veían masas de carne pálida y sin fuerza. Yo, tengo que reconocerlo, me aproveché un poco, y con el tiempo le llegué a dar alguna colleja o a insultarlo por alguna tontería. Era tan tentador. [Pausa.] Hace unas semanas, y viéndolo tan cariñoso y sensible y mucho mejor pareja de lo que yo nunca hubiera podido desear, pero también tan vulnerable y débil, pasé una fase de duda reconcentrada. Salvo por su deterioro físico, la situación era casi perfecta, pero si detenía el método corría el riesgo de que poco a poco todo volviera a ser como antes; y si no lo detenía, era evidente que el final estaba muy cerca. [Pausa.] Así que decidí ser buena y generosa y empecé a proyectar un entierro decente para él. Cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, tuve que atarle y encerrarle en una habitación, porque se le pusieron unos ojos de pánico un poco desagradables y trató de escapar patosamente. Yo solamente quería que entrara en razón y que asumiera lo que iba a pasar con paz interior y limpieza de corazón, por eso pasé sus últimas horas leyéndole románticos poemas de amor y sacrificio mientras le daba unas cuantas collejas para que no lloriqueara y muriera como un hombre.