Y le acompañé en su guerra contra los conservantes y los excipientes y los colorantes
Y dígame usted, ¿qué puede hacer un hombre cuando es vapuleado por millones de años de instinto animal? Uno va pasando pruebas tal y como se le presentan, ¿no es así? Mi mujer y yo nos conocimos hace treinta años en la universidad. Ella era una fanática de todo ese rollo de la vida sana y natural, pero a mí me parecía tierna como un lirio. ¿Y qué puede hacer un hombre, si se encuentra entre la espada de la triste soledad y la pared de la felicidad conyugal, sino amoldarse a la mujer a la que desea?
Dejé que impusiera sus ideas, y le acompañé en su guerra contra los conservantes y los excipientes y los colorantes. Renegamos de la carne [se mete en la boca una loncha de jamón serrano] y nos hicimos adictos a la ropa de tejidos naturales elaborada de forma humanitaria [se chupa los dedos]. Construimos nuestra bioclimática y ecológica casa utilizando solamente materiales reciclables y sostenibles. Una casa que llenamos de cachivaches étnicos y música oriental y velas y barritas de incienso, y en la que tuvimos dos hijos mediante partos bajo el agua. [Bebe un trago de lo que parece un combinado de cola con ron.] Y así va pasando uno pruebas, tal y como se le presentan, ¿no es así? Hace unos años congeniamos con una joven pareja de nuestra calle, y empezamos a quedar para cenar casi todas las semanas. ¿Cree usted en las revelaciones? Le digo que ellos no tienen la culpa, son dos buenas personas, aunque no profesan la misma devoción que mi mujer hacia la vida sana y natural. ¿Cree usted que el azar no tiene ningún objetivo? El caso es que hace unos meses nos juntamos con nuestra pareja de amigos para cenar después de varias semanas sin vernos. Y la gran sorpresa fue que nuestra amiga apareció con unos pechos extraordinariamente redondeados y obviamente artificiales. Yo noté inmediatamente que mi mujer se ponía un poco tensa. Ella reniega de la cirugía estética y aboga por cuidarse de manera natural y aceptarse y envejecer armónicamente y todo ese rollo, lo cual no se cansó de repetir durante el acalorado debate que se propició entre los aguacates con uvas y el tofú con crema de chirimoya. [Da una calada al ostentoso habano que tiene en la mano izquierda.] ¿Cree usted en la pérdida de la conciencia como camino hacia el conocimiento? Las voces crecían y sonaban dentro de mi cabeza como campanas tibetanas. Aquel escote turgente y desafiante de nuestra amiga, aun sabiendo yo que era producto de un proceso antinatural, atraía mi vista como una fuerza atávica, y en un momento dado, mientras mi cabeza daba vueltas, vi a mujer sin el ropaje de la costumbre y de los afectos y de los años juntos, y la vi flaca y reseca, pero flaca como una forma de tacañería, como si durante muchos años se hubiera ahorrado a sí misma y me hubiera despojado a mí de algo esencial. [Se mete en la boca otra loncha de jamón serrano.] Y sin pensarlo me lancé por encima de la mesa con velitas e inciensos y fuentes de pepinos con mostaza y metí mi cabeza entre aquellas dos enormes tetas que agarré con ambas manos con absoluta avaricia. [Se chupa los dedos.] Dígame usted, ¿cree que la vida te mata si no la vives? ¿Cree que quemar la vida es una forma de supervivencia?