Y me repito mecánicamente que no voy a morir nunca, nunca, nunca
Usted puede pensar que es una vocación egoísta o descabellada, o incluso pretenciosa, pero le aseguro que hablo completamente en serio cuando le digo que mi único objetivo es vivir para siempre. Sí, ha entendido bien. No morir. Estar aquí para la eternidad o como quiera llamarle científica o religiosamente a lo que es vivir siempre. Los nombres no son lo importante, en mi modesta opinión. En este asunto son los hechos los que cuentan. Y por ahora lo estoy logrando.
Estoy aquí hablando con usted, ¿no? [La afirmación le turba unos segundos, como si escondiera alguna trampa.] Pero no crea que es fácil. Para conseguirlo hay que ser paciente y trabajar a corto plazo. Es decir, hay que limitar la imaginación y concentrarse en lo inmediato. No puedes lanzar tu mente contra el año que viene. De hecho, es aconsejable no lanzarla ni siquiera contra el día siguiente, o la ansiedad empezará a oxidarte como a una manzana madura. Hay que bloquear todo tipo de interferencias del tiempo futuro. El tiempo futuro, por definición, no existe, ¿entiende?, es una entelequia de nuestra fatigosa fantasía. Hay que fortificar el ahora, blindarlo como un refugio nuclear. Y para hacerlo hay que estar dispuesto a dedicarse a ello full time con la misma determinación que si fueras el último salmón vivo. [Adquiere una postura enigmáticamente consecuente con su expresión.] Empecé preparando mi mente para controlar el tiempo de mi cuerpo. Para ello me sumergí completamente en la meditación anti envejecimiento. El maestro Krishna insiste en sus enseñanzas en el hecho de que espíritu y materia están invariablemente ligados, y que la mente puede controlar los procesos orgánicos y el destino del cuerpo. De modo que todos los días, durante tres horas, adopto la postura loto y me repito mecánicamente que no voy a morir nunca, nunca, nunca. Debo reconocer que termino con los mismos síntomas que una borrachera de anís, pero esto no hace más que reforzar mi fe. Más tarde añadí nuevos procesos para robustecer la batalla de mi cuerpo contra el tiempo, y empecé a embadurnarlo obscenamente con todo tipo de cremas anti edad, pero me enteré (aunque no lo digan) de que las mejores compartían un ingrediente: placenta humana
Las placentas humanas frescas (que una amiga mía que trabaja en un clínica privada me consigue a precio de odontólogo de Cristiano Ronaldo) tienen aspecto de cefalópodo maltratado, pero convenientemente cocinadas (con ingredientes antioxidantes como ajo, brécol, mostaza, cebolla
) y acompañadas generosamente de vino tinto (otro antioxidante) entran en la categoría de Alta Cocina; y si le resulta escandaloso lo que digo sepa que la placentofagia es mayoritaria entre los mamíferos (incluidos algunos humanos del norte de California y del Reino Unido). [Pausa. Recompone la compostura con una flexión intrigante del torso.] ¿Pero cree usted que me iba a quedar ahí, a medio camino? Puede asegurar que no. Desde hace unos meses he incorporado el tratamiento definitivo. Veo en su expresión que ha comprendido la lógica dinámica de este proceso. ¿Por qué limitarse a la placenta? ¿Por qué no adquirir el lote completo? [Se abre la puerta y entran dos sombras enormes.] Ahora tiene miedo, pero no sabe lo afortunada que es. [Se pincha un dedo con una aguja y lame la tímida gotita de sangre.] Usted también vivirá para siempre, en mí.