Testimonios dados en situaciones inestables

Y todo lo que antes te parecía grácil, bello e inocente se vuelve jeroglífico

Parece una cosa trivial, un asunto menor que casi todos los hombres sobrellevamos lo mejor que podemos, casi siempre intentando quitarle importancia para pasar pronto a otras cuestiones y evitar el ahogo paralizante de tener que hacer el esfuerzo de explicarlo. Me estoy refiriendo a contestar la pregunta por excelencia en el momento culminante del desarrollo de una relación.
El momento en que ellas, con cara de amigable agente del FBI, dejan atrás la fase (sencilla, perfecta, misteriosa) en la que solo te reclaman que les digas apasionadamente que las quieres y te sueltan eso de Pero, ¿Por Qué Me Quieres?, y tú sientes que la frágil estructura de tu mundo se bambolea como una choza bajo el huracán Peter (por ejemplo). Cuando esto ocurre puedes estar seguro de que estás en un verdadero aprieto, porque la triste realidad es que, aunque seas una persona inteligente y con facilidad de palabra, todo lo que intentes decir sonará imperfecto y burdo, falto de esa verdad universal que se le supone a un sentimiento tan totalizador. Y ahí empieza el auténtico lío. Atrapado en la disyuntiva entre hablar y aumentar el desconcierto o callar, empiezas a contemplar la relación como un examen trascendente que te persigue, y todo lo que antes te parecía grácil, bello e inocente se vuelve jeroglífico y lleno de oscuras aristas. Pero esta vez estaba preparado. Me había prometido que cuando llegara ese momento con mi última pareja tendría preparada una respuesta deslumbrante al reto, algo así como una performance gloriosa que diera justa réplica a tan descomunal exigencia y cerrara la duda en su cabeza como un sello episcopal. De modo que invertí mis cinco sentidos en el empeño durante las veinticuatro horas del día, y después de varios meses de anónimo trabajo, en los que consulté desde el Arte Mínimal femenino hasta las últimas tendencias en filosofía de la cosmética con base en la reencarnación de las algas fluorescentes, tuve preparada mi alegato definitivo. Ocurrió, por suerte, pocos días antes de que llegara el momento de la interpelación fatídica, durante un fin de semana que habíamos planeado pasar en Sierra Nevada, en un hotelito entrañable a pie de las pistas de esquí. El domingo por la mañana, después de hacer el amor y mientras saboreábamos los restos del placer, ella giró su cabeza hacia mí y me acribilló con Pero, ¿Por Qué Me Quieres Realmente?, y sus ojos brillaron anhelantes como dos soles recién nacidos. Me levanté de la cama, lleno de antemano de la satisfacción de mi victoria, rebusqué en mi maleta y le entregué una pequeño nota en la que ponía: Encontrarás La Respuesta Al Final De Esta Gincana. Primera Prueba: Un Ángel Señala Con Una Flecha Hacia. Después de la típicas reacciones de extrañeza y desconcierto (que yo ya había previsto), conseguí que accediera lúdicamente a la prueba con la máxima de que Una Respuesta Tan Importante Merece Un Esfuerzo Equivalente.
- ¿…?
- Lástima que unos ocho meses más tarde, cuando iba por la prueba trescientos cuatro (casi la mitad del reto), me mandó a la mierda con la cara desencajada, en medio del Museo del Prado, mientras buscaba Un Gato Que Se Come Un Ratón Debajo De. Con un poco más de esfuerzo, en nueve o diez meses habría sabido la respuesta.

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