Ya voy acabando
Lejos de aspirar a la inmortalidad y con el único ánimo de mantenerme en pie lo más dignamente posible, inicio mi paseo matutino. Es una hora que aprovecho para mirar el paisaje, saludar a la gente que me cruzo en el camino, (siempre y cuando note que tienen el deseo de ser saludadas), repasar algún texto que necesito aprenderme y escuchar las noticias en la radio.
Hablan, las crónicas locales, de las declaraciones de la concejala de Obras: vamos a acometer una serie de actuaciones en el Santuario de las Virtudes porque está muy dejado de la mano de Dios; y a uno le extraña que en lugar en el que habita alguien tan cercano al jefe, sucedan esas cosas. Se anuncian actos que auguran la llegada de la Semana Santa, acontecimientos que ignoraremos para no vernos en la obligación de acudir a nuestras asociaciones de abogados ateos para que interpongan ante los tribunales las correspondientes denuncias, ya que estas manifestaciones callejeras ofenden a nuestras creencias, ocupan nuestras calles, dañan nuestros oídos con sus cornetas estridentes y deprimen a la tropa en general con su parafernalia de crucifijos, clavos, amargura, imágenes sangrantes
no nos gusta, pero no denunciamos su exhibicionismo. Eso nos diferencia.
Hablan también de los del autobús naranja (que ya hay que tener mala idea para intentar confundir a la gente atribuyéndole al tal color alguna afinidad con la extrema derecha) y su proverbial ignorancia. De ese señor polaco tan simpático cuya elegancia alcanza su punto álgido en una pajarita que excrementa, en el parlamento europeo, el discurso cavernícola que sustenta la violencia machista. ¡Ay Polonia, Polonia, tantas veces vencida y humillada, ¿cómo puedes parir estos engendros?!
Hay una senadora de Podemos que no pagaba el alquiler social aunque tenía los medios suficientes a la que el partido le pide explicaciones y se enfada, abandona la formación, se pasa al grupo mixto y conserva el sueldecito porque para eso se mete uno en estos líos de la política. Es lo que pasa en la nueva familia que creció muy deprisa y hay mucho que limpiar, mucho que organizar y muchos oportunistas en todos los lugares que desembarcaron en su seno falseando su nombre y apellidos al olor del poder y sus prebendas. Pues eso, decirle a la senadora, que no, que no nos representa. ¡A cuántos senadores habré conocido yo en mi vida. Todas esas personas que se apuntan a las juntas directivas de cualquier asociación para ir a senar gratis!
Luego viene el debate sobre la juventud. Los millennials, la generación X; en fin, esta generación de muchachas y muchachos que padecen una sociedad que les niega la posibilidad de plantearse un proyecto de vida; los que ignorando su fuerza mantienen su mirada sobre pequeñas pantallas en donde todo se diluye; los que gozan de una vida llevadera gracias a la generación que tuvo la suerte de tener un trabajo fijo; los que piensan que todo irá mejor cuando cambien las cosas. Lo malo es que esto que pasa ahora no es un designio divino ni una catástrofe natural y no cambiará a menos que alguien fuerce ese cambio.
Así que, metido en estas reflexiones, llego a casa exaltado. Casi con ganas de organizar una revolución que cambie el mundo y comienzo a escribir, por si sirve de algo. De repente se enciende una luz roja. Desde la presidencia de la sala del Congreso de Lectores de los Cien Caracteres, se me advierte que, con creces, he agotado mi tiempo.
Ya voy acabando señoría. Ya voy acabando.