Testimonios dados en situaciones inestables

Yo era blanco, heterosexual, religioso, conservador y rico; pero no era feliz

Yo era blanco, heterosexual, religioso, conservador y rico; pero no era feliz. [Se ajusta los minúsculos protectores oculares y se tumba boca arriba en la máquina bronceadora de radiación ultravioleta.] De modo que decidí poner todo mi empeño en buscarla, y lo primero que pensé es que quizá me sentía infeliz porque no había sincronía entre la vida que llevaba y el ser que yo, en mi profundo interior, era en realidad, de modo que el primer paso debía ser averiguarlo si quería poder tomar decisiones transformadoras sobre mi vida.
Afortunadamente hacía poco que había leído un artículo sobre la hipnosis y cómo esta podía acceder a capas profundas del yo para sacar a la luz todo lo oculto que habita silenciosamente en él. De modo que me informé y contraté al más famoso hipnotista terapeuta del momento, lo cual fue indecentemente caro. [Se da la vuelta y se coloca boca abajo, acto innecesario, ya que los tubos rodean completamente su cuerpo.] Y llegó el día de la primera sesión. Me recliné cómodamente en una chais longue del siglo XIX que tengo en el confortable salón de mi mansión en la Riviera francesa mientras el hipnotista manipulaba todos los elementos para conseguir el ambiente adecuado. Cuando todo estuvo dispuesto, su profunda voz se alzó rumorosa sobre el silencio para penetrar en mi subconsciente, un suave torbellino de imágenes giró en mi cabeza y... me diluí en una bruma de inconsciencia. Evidentemente tuve la previsión de ordenar que toda la sesión se grabara en vídeo, y en cuanto desperté quise ver las imágenes para saber la verdad. Pero me sorprendió que el terapeuta hipnotista, cuya cara reflejaba un agotamiento sospechoso, intentara disuadirme con argumentos sobre la dureza de lo que allí había ocurrido. Le dije que la verdad era lo que yo andaba persiguiendo, aunque fuera de una crudeza que hiciera temblar toda mi vida. El terapeuta hipnotista asintió con cierta resignación, y con ademanes de ceremoniosa gravedad introdujo el disco en el reproductor y pulsó el botón de inicio. La imagen, pálida debido a un enfermizo balance de blancos, me mostraba en estado catatónico mientras se veía al terapeuta hipnotista salmodiando su recitado. De pronto, aquel que era yo en la imagen se convulsionó lanzando a su alrededor pequeñas gotitas de saliva y quizá de sudor, lo que me recordó espontáneamente a la niña de aquella película titulada El exorcista, y empezó a gritar como un loco pidiendo que le dejaran tomar el control. A la pregunta del terapeuta hipnotista de que se revelara sinceramente, aquel que era yo en la imagen dijo, sin dejar de agitarse como si lo estuvieran electrocutando, que era negro, homosexual, comunista y ateo. [Se incorpora quedándose sentado al borde de la máquina bronceadora, con la infantil imagen de sus pies colgando, y se quita los protectores oculares] De inmediato ordené que se eliminara todo rastro de la sesión, incluido el terapeuta hipnotista, lo cual fue indecentemente caro. [La crema de protección labial le da un aspecto afeminado.] Y ahora he aprendido a sobrellevar el hecho de no ser feliz gracias a pequeñas debilidades privadas como la compañía de jóvenes cariñosos y la música funky disco; eso sí, también gracias a Dios, y como me aconsejan mi asesor financiero y mi representante en el parlamento, en política ni me meto.

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