Yo era intimidatoriamente gordo para el sexo femenino
Yo era hasta hace dos años una persona corriente, con una vida que podríamos llamar, más o menos, normal. La única cosa reseñable es que estaba desorbitadamente gordo. Pesaba unos 170 kilos, y a pesar de mi metro noventa de altura, mi apariencia no infundía esa agradable simpatía que se comenta en los cuentos de ogros buenos.
Yo era intimidatoriamente gordo; y lo era claramente para el sexo femenino. Las pocas mujeres que se interesaban por mí no podían ofrecerme lo que deseaba. La gente piensa que como eres monstruoso estás dispuesto a tener expectativas pequeñas y poco satisfactorias, como si tu vida tuviera que ser una interminable genuflexión ante cualquier hueso que se te tira, por muy asqueroso o denigrante que pueda ser. Las mujeres que se me acercaban eran poco atractivas y sus mentes estaban secuestradas por la idea de que no podían aspirar a nada bueno, lo que venía a decir que yo era un plato solo digerible por desesperación o aflicción. Ante esta situación tan poco complaciente me creé un mundo propio perfectamente blindado, en el que podía disfrutar íntimamente de mis dos grandes pasiones: la ópera y el cine porno. De la primera degustaba la esencia de las pasiones humanas, del segundo extraía el marco físico para fantasearlas. Resumiendo: hace dos años me enamoré de una jovencísima actriz porno italiana llamada Lela Star. Las ideas preconcebidas limitan nuestra fe, y yo le digo que es la mujer más hermosa que haya pisado la tierra. Intentar describirla solo conseguiría una burda sombra de la verdad. Es una diosa. Y en todas sus interpretaciones se percibía claramente una pureza de alma y una entrega sincera. Mi pasión era tan incontrolable, que me propuse hacer todo lo posible para llegar hasta ella. Dediqué cuatro horas diarias al gimnasio; aprendí italiano e inglés; me apunté a una academia de interpretación y canto; abandoné mi trabajo en el Ministerio de Igualdad. Hace un año me ofrecí como actor porno a la productora Wicked Pictures, para la que ella trabaja. Me aceptaron después de una prueba con una docena de chicas, a las que traté con mucha profesionalidad, aunque mi mente estaba ocupada completamente por el resplandor de Lela Star. Hace nueve meses, por fin, llegó mi gran oportunidad. Iba a trabajar con ella en una película ambientada en el antiguo egipcio. La noche antes de conocerla no pude dormir, visualizando la forma más dulce de realizar mi trabajo. Al día siguiente, cuando llegó el momento, se abalanzó sobre mi aparato, y toda mi pasión se desbocó. Me puse a cantar O terra, addio; / addio, valle di pianti, / sogno di gaudio / che in dolor svanì, de forma tan insuperablemente majestuosa, que ella no pudo sino contestar conmocionada A noi si schiude il ciel / e l'alme erranti / volano al raggio dell'eterno dì *. Ahora ella es mi esposa, está a punto de dar a luz a nuestra primera hija, a la que llamaremos Aída, y hemos inventado la ópera porno, el más emocionante y estimulante espectáculo que pueda usted imaginar. Las ideas preconcebidas limitan nuestra vida; pero eso usted ya lo sabe, ¿no?
* ¡Oh tierra, adiós! / Adiós valle de lágrimas, / sueño de alegría / condenado al fracaso. / El cielo se abre para nosotros, / y nuestras almas errantes / vuelan hacia la luz del día eterno. (Aída, de Giuseppe Verdi)