Yo era monologuista de esos que fingen sufrir injusticias y pensamientos profundos
Yo era monologuista de esos que salen al escenario en plan tío normal, con aspecto descuidado cuidadosamente estudiado, vestido con vaqueros y camisa negra o camiseta vieja en la que pone en reparación, perdonen las molestias o cosas tontas por el estilo, y se quedan plantados en medio del escenario con un micrófono y ponen caras muy torpes de estar sufriendo algún tipo de problema o injusticia o pensamiento profundo, sí
e intentan explicarlo a los presentes como si les resultara en cierto modo doloroso o desconcertante y con ejemplos paradójicos o absurdos que se supone que son el quid de la cuestión, y de vez en cuando se quedan unos segundos en silencio mirando a alguien concreto del público después de haber soltado cualquier estupidez esperando una reacción de los asistentes en forma de risotadas, sí, y mientras se oyen las risotadas se rascan el pelo con la mano libre y abren mucho los ojos y asienten como confirmación de la profunda (¡oh, vaya, nadie se había dado cuenta antes
!) y manipuladora verdad dicha por él y comprendida por el público. Sí, yo era una más de esas personas que van profesionalmente de listillas y que en los últimos años han proliferado como una plaga, pero hace unas semanas mi suerte pareció inclinarse de manera positiva, porque me llamaron para salir en un programa de la tele en directo y en horario de máxima audiencia, uno de esos programas supuestamente mordaces en los que se da un repaso crítico y cínico a la actualidad y se dicen las cosas claras y se ponen al descubierto todas las miserias de esta hipócrita sociedad. Como se puede imaginar, era la oportunidad de mi vida, la oportunidad de triunfar, de ser famoso, de poder empezar a cobrar una fortuna por mis actuaciones y de elegir los mejores contratos; porque no se engañe, a todos esos humoristas tan enrollados y tan críticos y tan concienciados lo que de verdad les importa es su carrera, ¿me entiende?, lo que de verdad les importa es triunfar y que les inflamen el ego invitándolos a todos los saraos mediáticos y diciéndoles que son los mejores. [Pausa.] Pues en esas estaba yo cuando dos días antes de mi aparición mis padres murieron en un accidente de tráfico. [Pausa.] Mi agente me presionó con artimañas casi criminales para que no anulara mi aparición en el programa. Yo estaba destrozado y desorientado, y no tuve fuerzas para negarme, me dejé llevar como un zombi para satisfacer toda una cadena de mercantiles intereses y vanidades. Para más ironía, yo tenía preparado un monólogo sobre las relaciones entre padres e hijos. Llegó el momento y tuvieron que empujarme para que saliera al plató, con tan mala suerte que tropecé y me quedé de rodillas, y la gente que asistía en directo ya empezó a reírse, mientras yo rompía a llorar. Dije todo el texto de rodillas, llorando desconsolada y sinceramente, y la gente no hacía más que reírse, como lunáticos. Al final añadí que mis padres habían muerto en un accidente de tráfico dos días antes, y la gente se tronchaba, literalmente se retorcía hasta el ahogo. [Pausa.] Fue todo un éxito. La crítica lo calificó el momento más alucinante de la televisión del nuevo milenio, y la cadena me ofreció mi propio programa de televisión en horario de máxima audiencia. Todavía sigo intentando dilucidar si aceptar o pegarme un tiro; o aceptar y pegarme un tiro en directo, mientras todo el mundo se muere de risa.