Testimonios dados en situaciones inestables

Yo estaba hundida hasta el cuello en una charca maloliente de dolor

Lo diré sin ahorrarme detalles ni minimizar la realidad de lo que era mi situación: yo estaba abismalmente deprimida, al borde del colapso, hundida hasta el cuello en una charca maloliente de dolor, deseando desaparecer, desintegrarme, destruirme desde dentro como una bomba de mano, despedazarme en millones de nanopartes y diseminarme en la nada para siempre.
Y un día en el que ya no podía más, me encerré en el baño con la inquebrantable decisión de hacer algo definitivo. Apagué la luz y bajé la persiana de la ventana para que la penumbra me evitara verme crudamente en el espejo, abrí el grifo del agua caliente, preparé la cuchilla, y entonces ocurrió algo que tuvo toda la apariencia de un acontecimiento extraordinario: de entre las sombras y reflejos del espejo emergió un rostro masculino de aspecto sobrenatural. Y cuando digo que de entre las sombras y reflejos del espejo emergió un rostro masculino de aspecto sobrenatural me refiero exactamente a que de entre las sombras y reflejos del espejo emergió [y mira unos segundos a las alturas con los ojos muy abiertos] un rostro masculino de aspecto sobrenatural, así, sin más, de repente, delante de mí, como un holograma semitransparente, con barba pictóricamente cuidada y melena armoniosa y recién lavada, rodeado de una irradiación luminosa refulgentemente dorada que le daba el aspecto de una lamparilla divina, con la faz llena de una paz que parecía como si estuviera ligeramente bajo los lisérgicos efectos de sustancias indeterminadas, y así emergió progresivamente hasta que pude verle hasta la cintura y apreciar que iba vestido con una especie de túnica milenaria de suaves y limpios colores azules y púrpuras, y juntó sus manos en una postura que era evidente que trataba de transmitir algún tipo de ceremoniosa autoridad, y la luminosidad había ido creciendo con su aparición hasta el punto de que ya era casi cegadora y yo tenía que entornar mis ojos para poder seguir mirándole, y el espacio del baño empezó a sumirse en un calor extraño, como si alguien hubiera encendido varios focos de cuarzo, y todo el momento semejaba una de esas pinturas clásicas arrebatadoramente prodigiosas. Y después de unos segundos que parecieron eternamente celestiales, comenzó a hablar, pausadamente, y su voz resultó ser cristalina, como si se derramara sobre un piso de mármol un puñado de diamantes, y las palabras que estaban en el centro de aquella voz tintineante fueron “todavía tienes una oportunidad para salvarte”. Creí que yo no iba a poder respirar una sola vez más debido al excitado asombro, casi pánico, que sentía. Me quedé paralizada y boquiabierta. La imagen levantó una mano y me señaló como si yo hubiera sido la elegida para una misión de glorioso significado. Añadió: “Piensa que está en juego una eternidad en El Paraíso,” y dejando pasar unos segundo como para darle más emoción, remató “solamente tienes que contestar a esta pregunta: ¿Junto a qué rey de Judá fue llevado cautivo a Babilonia el profeta Ezequiel?”. Balbuceé torpemente sin saber qué decir, y el tiempo pareció detenerse. Y transcurrido quizá medio minuto de doloroso silencio, la imagen exclamó: “¡Oh, qué pena! Lo sentimos mucho pero has perdido tu oportunidad de pasar una eternidad en El Paraíso con ¡todos los gastos pagados!”, y súbitamente una luz fastuosa lo inundó todo y entonces pude ver las cámaras de televisión y una grada llena de gente que parecían ángeles que empezaba a gritar y aplaudir.

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