Yo quería rodar una película en la que todo saltara por los aires
Aunque sabía que era un deseo vulgar, conformista y puramente comercial, yo quería rodar una película en la que docenas de personas estuvieran todo el tiempo rompiendo cosas y haciendo ruido y gritando palabras malsonantes mientras corrieran de un lado para otro como si estuvieran poseídos por algún ente maligno y feo de narices.
Parece una idea previsible y altamente convencional, pero es que eso es lo que yo quería hacer: una película cien por cien comercial que fuera el paradigma del cine de entretenimiento, apta para todos los públicos, en donde explotaran coches y saltaran por los aires, hubiera un poli bastante hijoputa y chulo y malhablado que no parara de beber y escupir, y la mitad de los protagonistas estuvieran todo el tiempo viendo la forma de joder a los demás. Una de esas pelis con tías en peligro siempre en camisetas de tirantes a punto de romperse, ¿me pillas?, y en la que aparecen robots y seres inventados y dibujos animados simpatiquísimos pero muy pendencieros y llena de efectos en 3D superbrillantes y superrealistas. Una superproducción que recaudara doscientos millones de euros en el primer fin de semana pagada por uno de esos cineastas que están podridos de dinero pero que visten con vaqueros gastados y zapatillas deportivas y jerséis deshilachados y que cuando los entrevistan parece que lo que hacen es una cosa de los más normal del mundo y que no tiene importancia y que cualquiera de nosotros si nos pusiéramos pues lo haríamos igual y todo eso, ¿está claro? Eso quería hacer, y no una metáfora sutil que hiciera pensar a las autoridades que yo soy un tipo con devaneos intelectuales o culturales o políticos o toda esa mierda pseudoanalítica del hombre hostigado hasta la locura por la despiadada sociedad contemporánea y sus inhumanos y oscuros tentáculos de intereses económicos y de poder. Yo quería sangre cien por cien, asesinatos indiscriminados, cabezas y piernas amputadas que rodaran por sucios suelos, tíos con cicatrices horribles en la cara que llevaran cuchillos de medio metro bajo el abrigo y lo observaran todo desde las azoteas mientras lloviera como si fuera a acabarse el mundo, ¿entiendes? Algo directo, sin dobles lecturas, limpio de interpretaciones. Y no quería hacerla porque fuera mi vocación irrenunciable desde niño o tuviera algo informe y hermoso dentro de mí luchando por salir o tuviera que decir algo importante y trascendente al mundo ni nada de toda esa mierda pateticoartística. Nada de eso, yo quería hacerla porque es lo que la gente realmente quiere: entretenimiento cien por cien democrático y libre de preocupaciones, es decir, que tuviera de todo, traición, venganza, acción, sangre, humor idiota, velocidad, música machacona, luces brillantes, explosiones apoteósicas
; vamos, una orgía hipnótica hacia la felicidad, una descarga de adrenalina revitalizadora y reconfortante que dejara a la gente extasiada y rendida y en completa comunión con el jodido y amoral universo.
[Pausa]
Pero me dijeron que estudiarían mi idea, y mientras tanto me ofrecieron rodar una adaptación lírica sobre La Condición Humana de André Malraux. ¿Te das cuenta? Se pasan la integridad de uno por donde ya sabes [Pausa. Se mira los zapatos]; y luego empezamos a hablar de dinero y de mi porcentaje de las subvenciones.