Yo siempre estaba dispuesto a echar una mano allí donde se me solicitara
Yo, hasta hace un año, practicaba toda clase de buenas acciones desinteresadamente y de todo corazón. Realizaba periódicas y generosas donaciones a media docena de organizaciones humanitarias, participaba con entusiasmo en actividades locales encaminadas a recaudar fondos para las más diversas causas o grupos desfavorecidos y, en general, siempre estaba dispuesto a echar una mano allí donde se me solicitara.
Pero empecé a sentirme incómodo con mi protagonismo, y me entraron fuertes dudas sobre mi genuina bondad, sobre mi verdadero interés al hacer todo aquello. ¿Quería realmente ayudar o simplemente buscaba el reconocimiento social? Mi posición económica me permitía hacer todo lo que hacía sin sentirme amenazado. ¿Era, entonces, un vulgar hipócrita disfrazado de hombre bueno? Me convencí inmediatamente de que si de verdad sentía lo que hacía, debería poder hacerlo de forma anónima, sin recibir aplausos ni palmaditas en la espalda y solamente por el placer de contribuir al bien general. De modo que cambié mi forma de actuación radicalmente. Dupliqué mis aportaciones económicas, pero eliminé mi nombre para que nadie supiera que eran mías, y tejí una compleja trama gracias a la cual personas pagadas por mí (sin ellas saberlo) participaban en aquellas actividades humanitarias en las que yo antes participaba, elevando el nivel de eficacia a cotas muy superiores a las que yo, con mis exiguas dos manos, podría haber conseguido. El resultado inmediato en cuanto a mi estado de ánimo fue contradictorio. Porque por un lado me repetía, como un mensaje pregrabado y ejecutado una y otra vez, que estaba haciendo lo correcto y que en efecto ayudaba a mucha gente, pero por otro me sentía, curiosamente, angustiado como un canalla mentiroso que tiene un sucio secreto; porque para colmo, en momentos de debilidad, me asaltaba el egoísta impulso de descubrirme y contar a los demás lo que estaba haciendo, impulso que confirmaba mis temores de que antes solamente lo hacía por mísero, efímero y mundano reconocimiento social y de que en el fondo no era tan bueno, ya que el hecho de comprobarlo y certificarlo (incluso el hecho de tener la necesidad de comprobarlo y certificarlo) podía enmarcarme dentro de la categoría de gente abyecta, egoísta y despreciable. Como regalo extra ocurrió que mi familia y mis amistades reaccionaron en un primer momento de manera desagradable, ya que, al ignorar mis ocultas razones y estratagemas, vieron mi aparente abandono de todas mis inclinaciones humanitarias como un extraño y preocupante giro de mi personalidad hacia un camino negativo, utilitario y narcisista, pero más adelante llegaron a la firme convicción de que estaba sufriendo algún trastorno neurótico y de que era conveniente que me tratara un especialista. A pesar de mi profunda infelicidad y del asco que sentía hacia mí, decidí, por el bien de los que me rodeaban, volver al punto de partida y reanudar mi generosidad con los más necesitados, y lo hice redoblando mis aportaciones y acciones, llegando incluso a crear varias fundaciones y ONGs de carácter internacional. Ahora todos los que me rodean respiran aliviados y todavía más orgullosos de mí, y miles de personan a las que no conozco me hacen llegar sus mensajes de gratitud y respeto, mientras yo me voy consumiendo calladamente como un filete podrido porque sé lo que realmente soy y me odio, y cuanto más ayudo, más me odio y más oprimido me siento.