Yo únicamente soy una pequeña variante en el cálculo de un aleatorio caos
Me levanto de donde estoy sentada, justo detrás del conductor del autobús que nos trae de la facultad, para retrasarme unas cuantas filas, quizá hasta el final, no sé muy bien por qué. Fuera llueve con fuerza y el sol va camino del recuerdo. Mi vida es mía. Voy colocando mis manos en los respaldos de los asientos al tiempo que avanzo y veo a los otros siete estudiantes que van en el autobús, camino de la última parada que tendrá lugar dentro de unos veinte minutos, en nuestra ciudad.
Veo sus caras y las reconozco como familiares, aunque solamente sé dos o tres nombres. Mi cuerpo es mío. Sin haberlo decidido, llego al final del autobús, empiezo a girarme para dejarme caer en el asiento central, y una inercia extraña me arrastra a la izquierda. Veo las cabezas de los otros estudiantes moverse violentamente en la misma dirección, como una danza, después se detienen forzadamente en la máxima extensión de sus cuellos, quizá un segundo, durante el cual la parte trasera del autobús parece querer superar a la delantera, provocando la irreal sensación de que vamos en contra de alguna fuerza primordial. Mi pensamiento es mío. Repaso las asignaturas de física y matemáticas y sé qué fuerza es, pero no me sirve de nada saberlo. Yo únicamente soy una pequeña variante en el cálculo de un aleatorio caos. El autobús encuentra en su camino un obstáculo, lo golpea y se escora progresivamente, inicia un giro; sé que ha dejado de tocar la carretera. El chico que está más cercano a mí, a tres filas de distancia, es el primero que se eleva; no sé por qué él es el primero, desafía a la gravedad, pero inmediatamente yo le sigo y veo a los otros estudiantes elevarse también. Mochilas, libros y otros objetos que identifico pero no tengo ánimo de nombrar mentalmente empiezan a describir lo que podrían terminar siendo parábolas, aunque también hélices cónicas, ya que las fuerzas y objetos implicados parecen tener múltiples conflictos, también nosotros. Sé que estamos boca abajo, y todo el autobús girando emite un siseo creciente que predice una conclusión extraña. El techo del autobús choca contra el suelo e inicia otro giro. El chico de delante se pliega como un envase usado y creo escuchar su columna vertebral quebrándose y enmudeciendo. Yo todavía vuelo, no sé por qué. Bandadas de cristales atraviesan el espacio buscando una salida. Un vidrio enorme cruza delante de una chica produciéndole cortes y seccionándole algo que se separa del cuerpo. Otro chico rebota contra dos asientos que se bambolean como trigo bajo el viento y desaparece por el hueco de una ventana rota. Mi vida es mía. Dos chicas pierden la ingravidez violentamente contra el techo que vuelve a tocar el suelo y se deforma con ellas, las abraza. Yo todavía no caigo. Atravieso el escaso espacio libre que se revuelve en el interior del autobús, perseguida por gotas de lluvia que resplandecen como perlas. Mi pensamiento es mío. Y alcanzo a ver al chico que estaba en la primera fila y al conductor atravesar la luna delantera hacia la noche, como ángeles. Por una compleja suma de variables matemáticas yo todavía no caigo, aunque el mundo entero está cambiando de lugar, se está transformando en otra cosa. Sigo flotando y desplazándome, mezclada con la lluvia, más vapor que carne, más recuerdo que vida, al encuentro de algo que no se puede comprender.