«Yo y yo mismo» (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)
No me andaré con rodeos: estoy enamorado de mí mismo. Sé que, dicho así, puede resultar pretencioso, pero si tuvierais la oportunidad de conocerme, entenderíais perfectamente lo que quiero decir. Estoy convencido de que, si se diera esa posibilidad, también vosotros os veríais arrastrados por mi arrebatadora presencia.
Recuerdo, como si fuera ahora mismo, el día en que me di cuenta de que sentía algo especial por mi persona. Es cierto que me conocía desde hacía mucho tiempo, me atrevería a decir que desde siempre. He crecido junto a mí, he sido testigo de mi adolescencia y de cómo me convertía en el hombre que soy. Nada, ni un solo segundo de mi existencia, ha escapado a mis ojos.
Por el camino han quedado varias chicas. Por alguna incluso llegué a sentir algo, pero todas esas relaciones fracasaron por la sencilla razón de que ninguna de esas chicas me completaba, ninguna era yo. Y no me sentí completo hasta que no me encontré, hasta que no fui realmente consciente de lo que representaba para mí mismo.
Acababa de romper con Andrea, una compañera de la Universidad cuando eso ocurrió. Siempre había esta allí, manteniendo una discreta posición, aguardando mi momento, aceptando de buen grado cada chica que llegaba a mi vida y apoyándome en cada ruptura. Esperaba, con infinita paciencia, que llegara mi oportunidad.
Y la oportunidad llegó aquella radiante mañana de octubre. Lo cierto es que, Andrea, no se había tomado muy bien que cortara con ella. Me montó un numerito espectacular en la cafetería de la facultad. Podéis imaginaros la escena: ella bañada en lágrimas, gritando, gesticulando, insultándome en algunos momentos, oscilando entre la ira y la humillación; yo, no sabiendo dónde meterme mientras todo el mundo nos miraba.
Necesitaba salir de allí, respirar aire puro. La dejé con la palabra en la boca y me escabullí lo más rápido que pude de la cafetería. Aún resonaba en mis oídos su voz lastimera cuando mis derrotados pasos me condujeron hasta el bosque ilustrado. Me acerqué al borde mismo del lago y, entonces, en mi reflejo, me vi por primera vez tal y como realmente era. Había estado siempre allí y no había sido capaz de conocerme hasta ese mismo instante. ¡Cómo podía haber estado tan ciego!
El flechazo fue intenso y ardorosamente inmediato. Busqué un rincón apartado y me hice salvajemente el amor dos veces. Cuando pude recobrar el dominio de mis sentidos, salí de la Universidad y fui al chino más cercano a comprar un espejo para poder mirarme y admirarme.
A partir de ese día, me he sentido completo, feliz. Sí, ha habido momentos malos, discusiones, incluso hubo un tiempo en que me distancié de mí mismo. No obstante, sabía que no podía vivir sin mí, así que, inevitablemente, busqué el modo de reconciliarme. Me preparé una velada romántica en casa y me hice un regalo especial: una tablet de diez pulgadas. Lo cierto es que acerté con ambas cosas. Y es que, nadie mejor que yo me conoce.
Difícilmente habrá alguien jamás que pueda darme lo que me doy yo. La mía, es una relación especial. Incluso estoy pensando en casarme. Pero, de decidirme, lo haría al modo tradicional. Me presentaría en casa de mis padres para pedir mi mano. Sin embargo, eso es lo que más dudas me plantea, ya que ellos nunca han visto con buenos ojos mi relación. Y no entiendo por qué.
En cualquier caso, con su aprobación o sin ella, sé que siempre estaremos juntos y que permaneceré a mi lado hasta el día de mi muerte. Me quiero, me quiero con toda el alma. Y si gano el concurso de relatos, me llevaré a cenar, tanto da que sea a la Salvadora o a la Façana. Lo único importante es que esté conmigo mismo.