Literatura

“Inútil” (concurso de relatos breves San Valentín 2014)

“Inútil, nunca llegarás a ser nadie”. Escuchar, a mis dieciséis años, aquellas palabras rebotar en mi cabeza acompañadas de un amargo y mezclado olor a Marlboro y JB, no creía que me llegarían a influir tanto en mi mísera vida. Aquel cúmulo de insultos se repetía en mi casa como las oraciones de un rosario y lo más desgraciado es que venían de mi madre. Tras la pérdida de mi padre en un accidente de tráfico, ni el más prestigioso psicólogo o psiquiatra pudo sacarla a flote. Con su comportamiento ahuyentó a la familia. Su único hermano cambió los cafés y las tertulias por escuetos, rápidos y serios “adiós”. Su gran déficit en serotonina acabo con ella y conmigo.
Pese a las circunstancias, no abandoné mis estudios, pues me ayudaban a estar alejada de la realidad.

“Carla, eres de mis mejores alumnas”. Me derretía al oír su voz. Esos ojos negros en los que apenas se diferenciaba el iris de la pupila, aquel estilo informal y su barba de tres días hacían que amara cada vez más la literatura, asignatura que a Luis le daba de comer.

Aquel último curso de universidad lo sentí como un parpadeo, pero no fue su rapidez lo que invade mis recuerdos, sino aquel día de graduación. “Cada noche leía y releía tus exámenes, me sumergía en tus letras, esa escritura tan perfecta y tan de mujer… Carla, sé que es una locura, no sé si por los 10 años que te saco o porque he sido tu profesor, pero más locura es para mí ocultar todo esto”.

Me quedé ensimismada, aquel millonario y guapo profesor se fijó en mí. Por un momento vi la luz, era mi oportunidad para borrar aquella frase que me perseguía desde la adolescencia: “inútil, nunca llegarás a ser nadie”. Acepté. Y cada proposición suya yo la concluía con un ansioso “sí”. Sin darme apenas cuenta, pasé de ser Carla a la señora Claptons. ¡Por fin era alguien!

La excelente formación académica y raíces londinenses de Luis pusieron punto final a mi vida en aquel barrio alicantino. Me marché. Londres fue el destino. Dejé a mi madre marchitarse por la pérdida de su amor, mi padre. No quería acabar como ella. En aquel momento no sentí el egoísmo, pues en parte esta decisión la había provocado ella.

Me sorprendió mi capacidad de adaptación en aquel país. Luis me lo consentía todo y gracias a él me sentía de helio. Estudiar o trabajar pasó a un segundo plano, pues los días los tenía repletos de caprichos que mi amado esposo me regalaba. “Buenos días, señora Claptons, ¿qué desea hacer hoy?”. Estas frases providentes del servicio me engrandecían. Me sentía poderosa. ¡Efectivamente, al fin era alguien!

Los días, meses y años fueron pasando, y todo fue modificándose en mi mente. Los lindos momentos de paseo lluviosos, ahora me hacían sentir como en una cueva. “Toma cariño, siempre me acuerdo de ti”, frase que Luis constantemente repetía hasta la saciedad tras regresar de sus largas estancias de trabajo y que a mí comenzaban a sentarme como latigazos. Empecé a fingir. Disimulaba. Mis pensamientos me ahogaban. Estaba sola. No era nadie. Había perdido mi ADN. Era una actriz de una falsa película romántica que yo misma había creado.

Todo esto se agrandó cuando recibí aquella llamada. “¿Carla?” Volver a escuchar mi nombre sin florituras me hizo regresar a mis atormentadas andaduras por Alicante, pero más atormentando fue cuando aquella voz, detrás del teléfono, continuó: “…lo siento, su madre presentaba un elevado grado de desnutrición”.

Colgué sin decir nada. Miré a mí alrededor y las paredes se contoneaban. Necesitaba a mi esposo. Necesitaba a aquella persona que te comprende, te escucha, te hace mejorar día a día y te apoya en momentos dolorosos como éste. La que te habla con la mirada. Que se interesa por tu bienestar. Pero un “lo siento cariño, estoy reunido” le bastó. Mis ojos se secaron de rabia. Este tipo de relación estaba acabando con mi ser, todos estos años eran un cúmulo de recuerdos vacíos disfrazados con la palabra amor.

Corrí por la casa hasta el baño. Me encerré. Grité, maldije a todo y a todos los enamorados. Tome un trago de whisky e inhalé un cigarrillo. Cuando el humo dejó entrever mi rostro en el espejo, me observé asustada, pues era el auténtico reflejo de los peores años de mi madre, de su sufrimiento por amor, como lo era ahora el mío. En ese momento comprendí todo. Espero que, donde quiera que esté, me perdone.

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