Literatura

“Sueños” (concurso de relatos breves San Valentín 2014)

Él baja la suave pendiente que le acercaba a su casa, está nervioso, expectante, siente una especie de cosquilleo burbujeante en el estomago, es como si hubiera tomado muchos refrescos. No deja de mirar el móvil, lo lleva en la mano, ni siquiera lo guarda en el bolsillo de su pantalón. Tiene una extraña sensación, como de irrealidad, como si él no estuviera dirigiendo sus pasos.
Han quedado a las 7:00, son menos cuarto y ya está en la puerta de su casa. Ella tardará en bajar. No es muy puntual, lo ha aprendido gracias a conversaciones cruzadas a las que podía atender cuando se juntaban ambos grupos de amigos. Le sudan las manos, se mira en el cristal de la puerta constantemente, el pelo le obsesiona, no sabe si está bien del todo y no para de tocárselo. Siente que cada vez que lo toca lo deja peor que antes. No para de desbloquear el móvil, le parece que tiempo no funciona, lo está mirando tres veces por minuto y se está desesperando. ¿Por qué no funciona más rápido? Piensa que debe relajarse, se sienta en el portal y abre Twitter con la intención de que el tiempo pase más rápido.

Se abre la puerta, se levanta, pero no es ella. Siente el corazón en un puño, está alterado, pero es solo un vecino con una bolsa de basura, se saludan, aunque no se conocen. Él mira cómo el vecino se acerca al contenedor, levanta la tapa y tira la bolsa dentro. Se vuelve a abrir la puerta, y ahora sí que es ella. Está acalorado, tenso, incluso mareado. Ella se acerca, muy resuelta, él la nota tranquila. Se dan un abrazo, bueno, ella se lo da a él, y dos besos. El vecino pasa de nuevo y sonríe mirándolos con una chispa de cariño en los ojos.

Ella toma la iniciativa y empieza a andar, él la sigue y se encaminan hacia el parque más cercano, que está a unas pocas calles. Durante el paseo ella le pregunta algunas cosas y él responde como buenamente puede, se siente raro, no es él mismo. Él es un chico alegre, desentendido y despreocupado, una de esas personas que tienen muchos amigos y que no tiene ningún problema a la hora de hacer nuevos. Pero ahora no. Ahora se siente lento, torpe, como si pudiera tropezar en cualquier momento.

Almacena todos los pequeños detalles de la conversación, como ella se retira el pelo de la frente mientras le pregunta por sus estudios, como sus Converse se apoyan en el suelo con una gracia que a él le parece digna de un Ballet… De camino al parque, encuentran un quiosco, ella pide unas pipas, mientras que él no tiene el cuerpo para nada. Se sientan en un banco de hormigón, ella con las piernas cruzadas como si fuera a meditar, girada y mirándole. Él a su izquierda, atento al frente, a un gran árbol que hay unos metros más allá. Con ella es muy fácil hablar, aunque él no puede mirarle a los ojos. Sabe que debe mirarle a la cara, y no es que no quiera hacerlo, si no que no puede por pura vergüenza. En un arrebato de valor, levanta la cara y se asoma a esa mirada marrón que tanto le descoloca, pero ella aparta la vista en un movimiento típico de la explicación que estaba dando. Él se siente abrumado y nota como la sensación de burbujeo en su vientre desaparece bruscamente, dejando un sentimiento muy parecido al hambre, parece que esté vacio por dentro. Ella se vuelve y se encuentra sus ojos, y para de hablar momentáneamente. Silencio. Se sonrojan, tras un breve segundo, que parece una eternidad, apartan la mirada y sonríen.

Son las 9:48 de la noche, las pipas se han acabado hace mucho, y el tiempo ha pasado demasiado rápido. Llueve, ninguno lleva paraguas y él ofrece su chaqueta impermeable. Juntos corretean por las mismas calles que habían utilizado unas horas antes. Aprovechan los balcones y los portales para no mojarse aunque no pueden evitar acabar empapados. Ya han llegado al portal de su casa. Ella le tiende la mano para que la agarre. Él la coge con fuerza, como si fuera el único punto de apoyo entre su alma y el mundo. Ella sonríe. Se miran, con esa capacidad que solo ellos tienen para parar el tiempo y que, hace muy poco, han descubierto que poseen. De repente suena el despertador. Son las 7:15 de la mañana. Él aparta las sabanas y se incorpora. Se da cuenta de que ha sido solo un sueño mientras que sus pies tocan el suelo frio. Su móvil muestra un mensaje entrante, ella le propone quedar a las 7:00 de esa misma tarde. Sonríe.

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