Literatura

“Viajes en el tiempo S.A.” (concurso de relatos breves San Valentín 2014)

Cuando María le dio el sobre a Carlos ya sabía que acertaría con aquel regalo. “¡Feliz cumpleaños!”, le dijo pletórica ante la cara de bobo que el hombre mostró ante aquel pase para un viaje tan especial.
–Pero cariño… Los viajes en el tiempo son carísimos… ¡Te has tenido que gastar una fortuna! –consiguió finalmente protestar.
–¡Venga! ¡Te lo mereces! ¡Bienvenido al siglo XXII! Podrás disfrutar durante 24 horas del lugar y del día que elijas –respondió María impaciente por saber el destino que elegiría su marido.
–Yo… Es que no sé… –le respondió ante la sorpresa, casi enfado, de la esposa.

Pero María dejó a Carlos unos instantes a solas. El pequeño lloraba en la cuna. Tras unos minutos, absorto todavía ante aquella tarjeta-invitación, Carlos reaccionó ante el llanto de su primogénito. ¡Hacía tan sólo dos semanas que era papá!

María acunaba al bebé sin que éste pareciera que volviera a callar nunca jamás. Fue sólo cuando lo tomó entre sus brazos el padre que el pequeño encontró la calma. María miraba feliz a aquel padre con el hijo en brazos… y pensaba ante ese amor paterno-filial.

–¿Aún no has decidido dónde te gustaría viajar? –le dijo casi en un susurro, sin apartar la mirada de aquel regalo del cielo de sólo unos días de vida.
–No, no lo sé… Y no me apetece apartarme de vosotros por un viaje de placer –le contestó ya muy seguro de sí mismo el marido.
–Puedes viajar a la época de los dinosaurios, a la Francia de la Ilustración, a la Italia del Renacimiento… ¿Seguro que no te tiento en nada? –le retó la mujer sin perder la sonrisa.
–No… –contestó de inmediato. Pero como sé que insistirás… Te dejo que elijas tú el destino y el día del año. ¡Sorpréndeme!

María se tiró casi tres horas pensando en el viaje perfecto. Cuando oyó nuevamente llorar al pequeño y escuchó cómo su marido corría solícito hacia el dormitorio, supo de inmediato el lugar al que su marido le gustaría viajar.

–Te vas esta noche a las doce en punto –le dijo con una sonrisa sincera.
–¿Por la noche? ¿Qué has hecho? ¡No hay ningún lugar ni día de mi pasado más importante que el presente, junto a vosotros dos –se quejó sin demasiadas ganas, sabedor de que su mujer se saldría con la suya.
–¿Confías en mí? –le preguntó entonces su mujer.
–¡Claro que sí, mi vida! –dijo al instante el marido.
–Entonces déjate llevar. He elegido el destino perfecto…

Viajaron hasta la sede central de la empresa “Viajes en el tiempo S.A.”. En casa dejaron el pequeño al cuidado de Lucía, la niñera-vecina-adolescente, que tres cosas era la hija mayor de sus vecinos.

Se despidió de su mujer justo cuando entraba en la cápsula del tiempo. Cerró fuertemente los ojos para no marearse ante aquel remolino de luz potente que todos decían que cegaba al instante. En pocos segundos se vio en lo que parecía el pasillo de un viejo hospital. Justo delante de él, una puerta entornada parecía invitarle a entrar. Carlos reconoció al instante aquel lugar de despedidas: El viejo hospital donde su padre pasó sus últimas horas antes de morir sin que él pudiera llegar a tiempo para darle su último adiós.

Entró en la habitación iluminada por un sol cálido de principios de primavera. Sobre la cama, un anciano desvió su mirada hacia aquel nuevo e inesperado visitante:

–Parece que al final pudiste tomar el vuelo, hijo mío… –dijo sin apenas fuerzas en la voz.
–Papá… –fue la respuesta del hijo muerto de ganas por abrazar a su padre moribundo. “¿Qué día es hoy?”, le preguntó receloso, sin aún poderse creer aquel viaje fantástico en el tiempo.
–Veintiocho de marzo, ¡mira que eres despistado! –le contestó aún con un ápice de humor pese a la cruel enfermedad.

Carlos supo entonces que había viajado al día y lugar exactos: 24 horas antes de que su padre falleciera. Abrazó a su padre llorando en silencio, no era cosa de hombres el llorar, o al menos era eso lo que aquel anciano le repitió durante décadas. Pero el anciano también lloraba, feliz de poder ver a su hijo una vez más, sabedor de que aquellos dolores le acercaban a una muerte inminente.

El hijo lloraba feliz, su mujer había elegido el único lugar y día al que deseaba viajar. Cuando el anciano le rodeó con sus débiles brazos, el llanto callado de Carlos se esfumó.

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