Cartas al Director

1º de mayo

Ya sé que hace algunas jornadas que pasó el 1º de mayo. En esta fecha, como todos sabemos (¿sabemos?) se conmemora la lucha llevada acabo en Chicago para conseguir la jornada laboral de ocho horas, siendo las otras dieciséis para el esparcimiento y el descanso. La historia nos dice que en aquellos días (años ochenta del siglo XIX) algunos dirigentes sindicales pagaron con su vida el atrevimiento. En muchos países se siguen celebrando las manifestaciones que convocan los sindicatos para reivindicar mejoras laborales. Y, no sé a ustedes, pero yo, cuando veo las imágenes por la televisión de los manifestantes con sus banderas y los retazos de los mítines, encuentro que son imágenes como pasadas de moda, algo que ya ha caducado.
¿Qué ha ocurrido para que yo opine así? Fácilmente he de deducir que una impresionante campaña de propaganda orquestada desde hace ya bastante tiempo por los medios más conservadores de la sociedad –partidos, prensa, televisión…– ha acuñado la idea de que esos gestos (1º de mayo, manifestaciones, obreros…) ya no son de recibo, no significan nada, que ha habido desarrollo, hemos prosperado y esas celebraciones no son de nuestro conseguido estatus (“ahora somos clase media acomodada”); la lucha sindical es una antigualla que hay que enterrar; actualmente pertenecemos a un nuevo mundo en el que nuestra posición es más holgada, más boyante, disfrutamos de mejores condiciones de vida y por tanto el canto de la Internacional –perdón– suena a II República española, o a la clandestinidad, o a los rojos con cara de diablo que aún se atreven al cántico en la calle sin temor al ridículo…

Mire, hoy en día, hablar de obreros es casi un insulto, los trabajadores –incluyo aquí a profesores, catedráticos, médicos…– están tan alejados de este lenguaje que prácticamente ni se oye por ahí. ¡Maravillosamente vivimos el mejor de los universos! Hemos superado las fronteras y lo que antes se llamaba derecha e izquierda, ahora sólo se utiliza en las contiendas electorales. ¿Se han dado cuenta? El PP ya no es el Partido Popular, ahora es “la derecha”; el PSOE se convierte en la errática “izquierda” y, lo mejor, IU se transmuta en los siempre terroríficos “comunistas” con tridente y todo. Ya ven.

Los partidos políticos, sobre todo en campaña, tratan de limar aristas; se declaran todos ellos defensores de los valores constitucionales –faltaría más–; en la izquierda, la palabra –disculpen de nuevo– obrero no aparece ni por asomo, no vaya a ser que alguien se sienta molesto o identificado con no sé qué imaginario bolchevique y se nos vuelva atrás; y en la derecha, ocupar el centro de la escena política es el no va más de las pretensiones, que el coche no se nos salga por el arcén. La palabra mágica, a mi juicio, es progreso. Todo el mundo es progresista (?). Aquí necesito una explicación, porque si todos los partidos persiguen el progreso, ¿dónde está la diferencia entre PP, PSOE, IU, Los Verdes…? ¡Ay, las palabras!

Las, en otra época, ideologías se han transmutado en poseer cosas: una casa, un coche, varias televisiones, varios móviles, cenas con o sin los amigos, vacaciones, los móviles de los hijos e hijas, las motos, la ropa de marca, las copas, el chalet, los vinos… Que no nos hablen de liberalismo, de socialismo, de anarquismo… ¡puaf!, ¿para qué?, ¿retorno a las cavernas? Pues nada. La próxima vez que una empresa, su empresa, se la lleven a Bulgaria o a Vietnam porque allí cobran una miseria y no hay presión sindical ni nada que se le parezca, y le digan que no, que lo que ha ocurrido es que la fábrica se ha deslocalizado (¿le suena el caso Delphi, Cádiz?), tranquilidad, sosiego, no vaya a ser que en un momento de flaqueza le venga a la mente el 1º de mayo. Hace tiempo que nos convertimos en consumidores, una categoría ganada a pulso, que nos identifica perfectamente y que nos diferencia de los sudaneses, o de los senegaleses o qué sé yo.

Bien pronto hay elecciones, por si no se había dado cuenta; los diferentes partidos políticos nos explicarán sus programas, supongo, pero en el marasmo de ofertas, opino que debemos separar el grano de la paja; no caigamos en la cuenta de que todos son iguales; como decía G.Orwell: “todos somos iguales pero unos más iguales que otros”. Aunque el Sr. Botín, presidente del Santander, y yo llevemos el mismo chándal, no voy a ser tan iluso de pensar que somos iguales; él, en su mundo de poder, y yo, en el mío de… lo que pueda. ¡Qué no le engañen los lobos disfrazados de corderos! Medite el voto, no se deje embaucar por los anunciadores del Fin del Mundo.

Un profesor, intelectual y pensador que respeto mucho, José Vidal-Beneyto –sígale la pista en su columna de los sábados en El País– acaba su última entrega con estas palabras: “Nuestro compromiso con la resistencia crítica es hoy más imperativo que nunca”. ¡Maestro!

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