Abandonad toda esperanza

A propósito de Woody Allen

Abandonad toda esperanza, salmo 693º

Llevo un tiempo preguntándome por qué, cuando me preguntan por mis cineastas contemporáneos favoritos, nunca dejo de mencionar a David Lynch, Martin Scorsese, Clint Eastwood, Quentin Tarantino, David Fincher, Paul Thomas Anderson o M. Night Shyamalan, pero casi nunca me acuerdo de nombrar a Woody Allen. De igual modo, si paso a confeccionar una lista más o menos selecta de mis películas preferidas, pongamos de tan solo cinco o seis títulos por década (como ocurrió hace bien poco en una red social, por lo que no estoy hablando en abstracto), no incluyo cintas que me gustan mucho, o muchísimo, como Manhattan, Hannah y sus hermanas, Delitos y faltas, Maridos y mujeres, Balas sobre Broadway, Match Point o Midnight in Paris. Y tras pensar mucho en ello, he llegado a la siguiente conclusión: el director de estos y otros tantos filmes excelentes nos ha malacostumbrado con una proporción de cantidad y calidad que no tiene parangón en la actualidad, y para la que solo encontraríamos casos afines si nos retrotraemos al sistema de estudios del Hollywood dorado de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Ni siquiera otro estajanovista como Eastwood alcanza el nivel de trabajo de este cómico -así se considera a sí mismo- que empezó escribiendo chistes para otros y ha terminado siendo uno de los cineastas más venerados por la cinefilia mundial. Por ello, se trata de alguien del que incluso cuando alcanza la excelencia nos limitamos a pensar que ya era hora de que cumpliese con lo que se esperaba de él.

Allen y Mia Farrow trabajaron juntos por última vez en “Maridos y mujeres” (1992)

En cambio, cuando pienso en mis escritores favoritos, sobre todo en autores de ficción breve, además de mencionar a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Raymond Carver, nunca se me pasa citar a Woody Allen. Tengo a Cuentos sin plumas, la recopilación de sus tres primeros libros de relatos -Cómo acabar de una vez por todas con la cultura, Sin plumas y Perfiles- por uno de los diez libros fundamentales de mi biografía lectora. De hecho, ya se lo recomendé a ustedes en la columna número 11 (y vamos por la 693), una proclama en la que al hilo del estreno de la citada Match Point también me sumaba a la campaña a favor de concederle a Allen el Nobel de Literatura; ahora, catorce años después de aquello, la propuesta sigue sin fructificar -ni fructificará, como ya podemos suponer, por razones ajenas a lo artístico- y el director de Zelig se tiene que conformar con ser Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Y aunque leí el volumen de Tusquets hace ya más de dos décadas no solo me acuerdo de citarlo entre mis lecturas predilectas, sino que también soy capaz de recordar muchas de sus historias, varios de sus personajes e incluso un buen puñado de chistes puntuales. Tanto como para reconocer en su recién publicada autobiografía el mismo estilo literario y semejantes recursos humorísticos, de forma tan inequívoca que no me cabe duda alguna de que pese a su avanzada edad -ochenta y cuatro años en la actualidad, la mitad de su vida según un jocoso pasaje del libro- y a que sigue escribiendo y dirigiendo sin descanso, Allen ha redactado verdaderamente sus memorias y no ha recurrido a ningún ghost writer cuya discreción queda pagada a golpe de talón bancario.

Recibiendo el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 2002 de las manos del entonces príncipe Felipe

Tecleo estas líneas un día después de dar por terminada la lectura de dicha autobiografía, titulada A propósito de nada en una muestra de algo que, más que pesimismo o autocrítica, habría que considerar más bien como un existencialismo atroz que ríanse ustedes de Kierkegaard. De hecho, el libro podría haberse titulado perfectamente Temor y temblor, El concepto de la angustia o La enfermedad mortal y a nadie le habría extrañado; y eso que, ya se lo adelanto, es una lectura por momentos divertidísima y repleta de anécdotas desternillantes y recursos narrativos que buscan (y encuentran) la carcajada. De hecho, creo que sería todavía más graciosa si se titulase igual que una de estas obras del viejo Søren. Vaya, creo que sin querer estoy empezando a copiar los mismos recursos narrativos del genio neoyorquino.

Junto a Mia Farrow y sus hijos en una fotografía de cuando ambos todavía eran pareja sentimental

Bien es cierto, como he leído por ahí, que los aficionados al séptimo arte echarán en falta una mayor dedicación a las películas que jalonan una filmografía repleta tanto de perlas reconocidas como de joyas por descubrir o reivindicar, así como a la relación del protagonista con sus colegas de la industria del cine. Es el precio a pagar por el hecho de que un muy humano Allen, en todo su justo derecho, haya querido ofrecer su propia versión en primera persona del caso que saltó a la palestra tras la denuncia por supuestos abusos sexuales a menores interpuesta por su ex pareja Mia Farrow. Ni que decir tiene que la protagonista de filmes como La semilla del diablo o El gran Gatsby, además de nada menos que trece películas dirigidas por Allen en solo una década, es la otra gran protagonista del libro y no sale precisamente bien parada. Retratada como una mujer inestable, cruel y manipuladora -también con sus hijos, y más con los adoptados que con los biológicos-, quien fuera antes esposa de otros personajes públicos tan célebres como Frank Sinatra y André Previn ha hecho de los años más recientes de su vida una cruzada contra el cineasta después de que este iniciase una relación sentimental con una de sus hijas adoptivas, Soon-Yi. Con sus me refiero a de ella.

La familia de Allen y Soon-Yi en la actualidad

Porque, llegado este punto, no está de más aclarar que, al contrario de lo que siempre han mantenido algunas publicaciones sensacionalistas, Allen nunca inició una relación amorosa con una de sus hijas, menor de edad y retrasada (sic): Soon-Yi Previn, quien es esposa del realizador desde hace más de veinte años y quien también desde hace bastante tiempo tiene estudios universitarios, era por aquel entonces la hija adoptiva de Farrow y Previn, no de Allen; además, Allen y la actriz jamás contrajeron matrimonio, su relación llevaba años haciendo aguas -ni siquiera llegaron a vivir juntos en ningún momento- y la supuesta niña tenía 22 años. Por otro lado, de la acusación de abusos sexuales a otra de las hijas de Farrow, no es que Allen no fuese condenado; es que ni siquiera se llevó a juicio porque los psicólogos infantiles y los dos jueces que analizaron la demanda llegaron a la conclusión de que no había indicios de sospecha, mucho menos pruebas materiales, de ningún abuso, y en cambio sí indicios de una posible manipulación de la supuesta víctima por parte de su madre, la cual había expresado antes de forma explícita su sed de venganza contra quien la había abandonado por una de sus hijas. Pero como también viene a decir Allen en su libro, a quién le importa la verdad si la mentira es mucho más entretenida.

Por “Annie Hall” tanto Diane Keaton como el propio Allen triunfaron en los Oscar

Al margen de esta historia que todavía sigue nutriendo a la prensa amarilla, A propósito de nada se centra también en la infancia y en las primeras andaduras profesionales de su protagonista, y lo que se cuenta en sus páginas nos lleva a deducir que muchas de sus películas son bastante más autobiográficas de lo que siempre ha admitido. Además, repasa su filmografía de forma somera y nos proporciona algunas jugosas anécdotas donde no falta la presencia recurrente de su otra musa, Diane Keaton, autora de la foto de la contracubierta, con quien trabajó en siete filmes y con quien sigue manteniendo una estrecha amistad. También hacen acto de presencia, además de otros colaboradores más o menos habituales, maestros del cine (y de Allen, que los ha imitado en más de una ocasión) como Ingmar Bergman o Federico Fellini. Por no faltar, no falta ni la Familia Real española. No obstante, más allá de anécdotas y curiosidades, lo que queda para la posteridad, esa misma posteridad que tan poco o nada parece interesar a Allen, es el autorretrato íntimo de otro maestro del cine, este vivo y en activo. En resumidas cuentas: estamos ante una de esas obras que los que idolatramos al libro como objeto físico que hay que preservar inmaculado lamentamos no haber subrayado en cuanto la damos por terminada. Así que tocará leerla otra vez; y es muy posible que con el paso del tiempo acabe haciéndolo, porque pasa desde ya mismo a acompañar a Cuentos sin plumas como una de mis lecturas de cabecera. Por otra parte, me permitiré el capricho de soñar -aunque sé que hay pocas probabilidades de que se cumpla- con una nueva entrega que recoja esa segunda mitad de la vida -de los 84 a los 168, año arriba año abajo- y que muy bien podría titularse A propósito de todo lo demás.

Woody Allen, fotografiado en blanco y negro por Diane Keaton

En el mismo día en que termino de leer las brillantes 439 páginas de A propósito de nada, veo la penúltima película de Woody Allen en televisión. Porque cuando hablamos de lo más reciente del autor de Annie Hall, siempre hablamos de su penúltimo trabajo: ya tiene terminada Rifkin's Festival, rodada en San Sebastián y protagonizada por un viejo compinche suyo, el también escritor y dramaturgo Wallace Shawn; el cual aparece en diversas ocasiones en sus memorias y que podría considerarse como un álter ego del realizador no por haber participado en Manhattan, Días de radio, Sombras y niebla, La maldición del escorpión de jade y muy especialmente Melinda y Melinda, sino por ser también un escritor neoyorquino de pura cepa que sustituyó a Allen en Mi cena con André cuando aquel rechazó la propuesta de protagonizar el film por parte de su director, Louis Malle; este es, dicho sea de paso, uno de los datos de la vida de Allen que desconocía y que he descubierto leyendo su apasionante autobiografía.

Wallace Shawn, junto a la actriz española Elena Anaya, en el rodaje de “Rifkin's Festival”

Pero volvamos a su film inmediatamente anterior, que se me escapó en la última Fiesta del Cine cuando todavía íbamos al cine: Día de lluvia en Nueva York es una comedia más o menos romántica que sigue las tribulaciones por separado de una joven pareja encarnada por Timothée Chalamet y Elle Fanning por las calles y los locales de Manhattan, y que no dudo en que nunca llegará a contarse entre los mejores trabajos de su principal responsable; pero esto no significa nada más que se trata de un film que solo es mejor que el 50 % de las películas disponibles en cualquier plataforma, en lugar de ser mejor que el 80 % o el 90 %.

Timothée Chalamet y Elle Fanning protagonizan “Día de lluvia en Nueva York”

La sensación agridulce que me deja el film también puede deberse a lo mal que me cae Timothée Chalamet tras enterarme de que después de sumarse a la condena pública de Allen por parte de los medios de comunicación, anunciando que se arrepentía de haber trabajado con él y que iba a donar el sueldo que había ganado por su participación en la cinta a asociaciones con fines sociales, el futuro protagonista de la nueva versión de Dune confesaría que su postura no era sino una maniobra para incrementar las posibilidades de ganar el Oscar al que había sido nominado por Call Me by Your Name -donde, todo hay que decirlo, estaba fabuloso-; algo que, finamente, no sucedió. Sea como sea, que no paguen justos por pecadores: si tienen la oportunidad de ver Día de lluvia en Nueva York no la dejen pasar pues, como ya sugerí al principio de este texto, resulta imposible que todos los trabajos de alguien que normalmente estrena una película al año, cuando no dos, estén a la misma altura; y esta es una comedia agridulce a la Allen que se ve con sumo agrado. Ni más, ni menos. Eso sí: lo que no pueden dejar de hacer en ningún caso es leer A propósito de nada. Sin lugar a dudas, la autobiografía de Woody Allen será uno de los libros del año... y probablemente de la década, aunque seguro que alguien como su propio autor no lo tendrá en tan alta estima.

Woody Allen, a punto de iniciar la segunda mitad de su existencia

PS.- Si no me equivoco, la presente es la columna más extensa de las casi setecientas que llevo escritas para El Periódico de Villena. Nunca habría imaginado que tal caso se diese dedicado a un director de cine que, se supone, no se cuenta entre mis favoritos. Pero me alegro de que así haya sido, tratándose del señor Woody Allen.

A propósito de nada y Cuentos sin plumas están editados por Alianza y Tusquets respectivamente; Día de lluvia en Nueva York está disponible en Movistar+.




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