Cartas al Director

Adiós al pino del Chicharra

El pasado 22 de Septiembre, bajo el título “Plantas colonizadoras en la estación de ferrocarril de Villena” se publicó en este periódico la aparentemente feliz singularidad, aunque lo de feliz ha desaparecido, de la existencia de un pino carrasco sobre el tejado de la vieja estación del Chicharra, edificio abandonado a su suerte y cuyo valor dinerario será seguramente el del solar. El texto se acompañaba de una fotografía que ya es historia, como historia son otros casos similares en Villena, aunque en todas partes cuezan habas como veremos de paso.
Este hecho, y el que contaré de otro lugar, sugiere que a veces, cuando se descubre o simplemente se señala algo que está a la vista pero que pocos reparan en él, lo mejor sea callarse y disfrutar a solas de su contemplación como si fuera un cuadro robado para contemplación propia, pues, de causa a efecto, menos de un mes ha bastado entre la publicación de la existencia del pino y su eliminación –“temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo” (como dijera en otra ocasión y motivo Miguel Hernández)–.

Villena, en la tala de árboles, tiene su particular historia, como otras poblaciones la suya. El progreso, la mecanización, el transporte, exigen sus sacrificios. La desaparición de las olmedas que hubo a ambos lados en las vías de salida de Villena hacia Pinoso y Yecla podían justificarse por la estrechez original de los caminos carreteros que las motivaron y por el peligro para circular con automóviles, pues cualquier salida accidental de la vía por avería o despiste terminaba inevitablemente colisionando contra gruesos troncos. Pero el casco urbano es distinto. Está pensado, o al menos así lo creo, para vivir, para circular, no para correr motorizados a gran velocidad. Por eso, aprovechando hace años una mesa redonda sobre Medio Ambiente –debería mejor llamarse Medio Natural– convocada por el ayuntamiento, a la que fui invitado, protesté por la tala de los últimos olmos que quedaban al final de la Avenida de la Constitución, o sea, a partir de la actual rotonda del arranque de la carretera de Onteniente.

Un concejal asistente (no recuerdo su nombre), justificó el hecho diciendo que los olmos eran viejos y que estorbaban a las viviendas hasta meterse por los balcones. Hubo que recordarle a este buen hombre que los ciento diez anillos de crecimiento que mostraban los troncos cortados (y que él no se había molestado en contar) demostraban que los olmos tenían solo ciento diez años de edad, y que esos años, considerando la longevidad media de nuestros olmos, aplicados a la especie humana, sería como llamar viejo a un mozo de 30 años. En cuanto al estorbo causado a las viviendas, eran precisamente las viviendas las que estorbaban a los árboles, puesto que fueron plantados allí más de cien años antes de que éstas se construyeran. En esto, terció D. José Mª Soler, componente también de la mesa, diciendo que en Villena se habían cortado árboles de gran fuste para ver con mayor comodidad los desfiles festeros, y citó precisamente uno que hubo frente al Casino Villenense; nadie, por supuesto, le contradijo.

Pero volvamos a nuestro pino del Chicharra. Como individuo, no significaba gran cosa; existen muchos miles de pinos con mejores perspectivas de futuro de las que tiene vivir sobre un tejado, pero tenía algo a su favor: la singularidad del lugar de nacimiento. También, en Callosa de Segura, coronando su sierra junto al vértice geodésico cercano a 600 metros de altura –téngase en cuenta lo escarpado de esta sierra y que partimos desde casi el nivel del mar para escalarla– había un olivo acebuche de más de un metro, el que se ve en una foto entre dos montañeros; olivo que en la otra ya no está, pues como puede apreciarse, el vértice geodésico se ve con claridad entre los montañeros. Tampoco importaba mucho. En esa sierra, y en la mayoría de nuestros montes, los de Villena incluidos, viven miles de acebuches, algunos de ellos pluricentenarios, pero ese ejemplar destacaba entre los demás por la singularidad de crecer a mayor altura que el resto de árboles de la sierra, y han sido precisamente las singularidades de ambos árboles, pino y acebuche, la causas de su muerte: Se ve que estorbaban, como a algunos en otras cuestiones estorba que alguien ajeno a ellos destaque, por lo que tratan de igualar a todos por abajo. Manos y cabezas hay a las que irían mejor calcetines por guantes y alpargatas por sombreros.

Rafael Moñino Pérez
Agente de Extensión Agraria jubilado.

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