Fuego de virutas

Al resel del reselico

Siendo hermosísimo el lugar, lo de menos será el lugar. Lo más hermoso fue la amistad. Otra vez. Una amistad fraguada desde los años de la explosión adolescente. Esto es, ya para nosotros, ya para nosotras, por lo menos por lo menos... Hace unos treinta y cuatro años. Tanto y tan poco. Tanto porque vivimos mucho, tan poco porque siempre hubiéramos querido más.

Porque aquellos eran días que estirábamos y deseábamos estirar apeteciéndonos eternos en compañía. Especialmente en la Pascua de las monas. Luego, a estas amistades, se han sumado compañías maduradas en la vida, compañías que por lo que les hemos contado con la emoción del recuerdo de lo vivido intensamente, incluso con alguna lágrima de nostalgia, o con autorregaño, comparten los guiños de aquellas experiencias comunes, lo guiños de todo aquello que vivimos cuando la vida nos llamaba, muy fuerte, a la vida.

Y apagándose la tarde, nunca los recuerdos, vimos ponerse el sol. Intenso. Peinando aerogeneradores al dejarse caer por detrás de la Santa Bárbara caudetana, Sierra Oliva. Diluyéndose en un horizonte de rojos, fatigado de ser sol generoso, de verano, cansado por hostil en el pringue cristalizado de salitre y arenas para turistas desprevenidos en las playas. Y vimos salir la luna, en plenitudes también generosa. Como indiscreta cotilla para alumbrar las muchas querencias que fueron y que, Dios lo quiera, habrán de seguir siendo. Porque la vida tan compartida en complicidades es vida que nos da vida alimentándonos los afectos. Y que nos dure para seguir contándonos, recordándonos.

Si alguien se pierde por la pretendida literatura de los párrafos precedentes diremos más sencillamente que un sábado de agosto, hace muy poco, nos llevó a Villena la amistad. Y que fue gozo el reencontrarnos, otra vez, quienes terminando los setenta fuimos compañeros y compañeras en el viaje de una vida en explosión. Quienes fuimos mucha amistad. Siempre faltan-faltamos algunos-algunas, pero en el recreo de la memoria, como el echarlos-echarlas de menos, nos los-las hacen presentes. Así fue nuevamente con todos. Así con todas.

Y, como siempre, la resaca lúcida en estos casos: ese sinsabor de boca por no poder ordenar, por ser tanto lo que hubiéramos querido decir, todo lo que quisimos decir. Sintiendo tan fugaz el tiempo, anhelando la próxima vez y... Mejor que nos hable el poeta, Jaime Gil de Biedma, de "Amistad a lo largo": "Pasan lentos los días / y muchas veces estuvimos solos. / Pero luego hay momentos felices / para dejarse ser en amistad. / Mirad: / somos nosotros. // Un destino condujo diestramente / las horas, y brotó la compañía. / Llegaban noches. Al amor de ellas / nosotros encendíamos palabras, / las palabras que luego abandonamos / para subir a más: / empezamos a ser los compañeros / que se conocen / por encima de la voz o de la seña. // Ahora sí. Pueden alzarse / las gentiles palabras / –esas que ya no dicen cosas–, / flotar ligeramente sobre el aire; / porque estamos nosotros enzarzados / en mundo, sarmentosos / de historia acumulada, / y está la compañía que formamos plena, / frondosa de presencias. / Detrás de cada uno / vela su casa, el campo, la distancia. // Pero callad. / Quiero deciros algo. / Sólo quiero deciros que estamos todos juntos. / A veces, al hablar, alguno olvida / su brazo sobre el mío, / y yo aunque esté callado doy las gracias, / porque hay paz en los cuerpos y en nosotros. / Quiero deciros cómo todos trajimos / nuestras vidas aquí, para contarlas. / Largamente, los unos con los otros / en el rincón hablamos, tantos meses! / que nos sabemos bien, y en el recuerdo / el júbilo es igual a la tristeza. / Para nosotros el dolor es tierno. // Ay el tiempo! Ya todo se comprende."

(Votos: 1 Promedio: 5)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba