Algo está pasando
No, no me acusen de falta de seriedad, ni a mí, ni a éste magnífico periódico, ni a su director. En efecto, me fui. Lo hice por razones que no vienen al caso pero que podemos dar por justificadas tras el pretexto de estar sobrecargado. Si quisiera ser un quedabien diría que lo hice por no saturarles a Vds., amados y amadas lectores y lectoras.
Quisiera aclarar que me había propuesto hacer un uso no sexista de la lengua en mis escritos, siendo pulcro en el seguimiento de la guía editada al efecto. Me acojo a la 5ª enmienda, si es que existe, y prescindiré del uso reiterativo del femenino y masculino. Me amparo en la figura del neutro porque si no, de las 600 palabras que tengo que escribir, 300 serán de género y otras 300 conjunciones.
Si alguno o alguna de Vds. pensaba que por el hecho de no estar aquí, en la 18 del EPdV, ya no observaba nada ni las veía pasar, estaban en un error. He visto pasar muchas cosas, me he tenido que morder el teclado para no escribirlas. En otras de reciente acontecimiento, me he callado por respeto a las víctimas del suceso.
Sin embargo, esta semana pasada he visto pasar varias cosas que me han llamado poderosamente la atención y ambas están relacionadas con Rubalcaba, completamente distintas entre sí, pero ambas relacionadas por su principal protagonista: El Ministro del Interior.
Por orden cronológico de mis observancias, que no necesariamente por importancia, les relato que hace un par de semanas coincidí con la excelente Operación Salida de tráfico del 1º de julio con unas previsiones de 4 millones de bla bla ¡Chapuza, Rubalcaba! Si por mí fuese le retiraba no sólo los 12 puntos del carné sino que, en ciertos momentos, alguno de sutura le regalaría. Las autovías hasta los topes de coches y trailers, camiones, vehículos lentos y el colmo, convoyes especiales que ocupaban carril y medio transportando élices a los parques eólicos.
Aclaro que no hay ninguna falta de ortografía en mi escrito, ni es una errata. Si Ud. está buscando la H que falta en el párrafo anterior, podrá encontrarla pegada al espejo retrovisor de mi coche.
Eso fue hace dos semanas, pero uno, que es un apasionado de esto de los viajes, se fue la semana pasada a Bilbao para que los hijos conozcan el museo Guggenheim y el perrito que lo custodia. Los niños habían oído hablar mucho del terrorismo y en muchas ocasiones me habían escuchado comentarios acerca de cómo visten, perdón, vestían allí las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Quedé como un mentiroso, así como suena. Ni los miembros de la Policía Nacional ni los de la benemérita cargaban pesados chalecos antibalas ni estaban protegidos por las metralletas que desde que conozco aquello, va para 16 años y 2 treguas por medio, acostumbraban a portar colgadas al hombro.
Sin duda, algo está pasando. Para mi alegría pensé que esto era un síntoma claro de que podría estar cerca la paz anhelada, pero se me ensombreció el brillo de la ilusión cuando me di cuenta de que estas cosas no cambian de hoy para mañana, por lo tanto, ¿cuánto tiempo llevamos de negociaciones? ¿Qué se está ofreciendo a cambio? ¿Nos mienten?
Me inquieta relativamente porque, es cierto, como se dice desde la parte abertzale, al final contra el pueblo no puede ir nadie porque la soberanía es del pueblo y si alguien negocia lo que es del pueblo sin el pueblo, tendrá su justo pago. Ojalá se alcance la paz que satisfaga al pueblo, no a los políticos.