Cultura

Algo sobre el Mecenazgo

Mirado como se mire parece difícilmente defendible el papel que los ministros de Hacienda y Cultura están haciendo por el Arte en nuestro país. No solo por ese veintiuno por ciento que se está clavando como un cuchillo al rojo vivo sobre las níveas carnes. Un veintiuno por ciento que, les recuerdo queridas personas, en el caso de la cultura supuso una subida de trece puntos, situando la carga sobre el producto cultural a la altura de la soportada por los abrigos de pieles. Una barbaridad que sitúa nuestro IVA cultural entre los más altos de Europa (ya saben, queridas personas, podemos sentir orgullo de ser de los primeros países en materia de desempleo y cargas en cultura).
No obstante habrá quien defienda a estos ministros, con un discurso donde encontraremos más amor por los colores que argumentos, descubriremos más que una defensa de, un odio a (artistas en general, cigarras que no solo “trabajan poco y ganan mucho” sino que además muerden la mano que les da de comer). Aún así, para no correr el riesgo o para no pasar la vergüenza que supone para un país ver mermado el número de artistas y de consumo artístico, estos señores lanzaron hace tiempo una propuesta: la dichosa Ley de Mecenazgo. Una Ley que cada vez más comienza a sonar como un cuento chino, un tapa bocas; incluso a parecerse a la zanahoria atada delante del burro (sí, como lo de “en 2014 veremos un claro crecimiento económico” –y cambien ustedes 2014 por 2013, o por 2015…–).

El problema de esta Ley, además de su propia formulación y existencia real, es que puede llevarnos a dos panoramas poco apetecibles y claramente injustos: el primero consistiría en un crecimiento desmedido de las asociaciones culturales sin ánimo de lucro, o de fundaciones (más aún si es posible), en las que se reconvertirían las empresas culturales o en las que se apoyarían estas empresas con la finalidad única del deporte nacional: evadir impuestos o aligerarlos en la medida posible. Un error que mermaría nuestra “industria cultural” –sobre todo en relación al exterior– y que dañaría nuestro tejido asociativo por saturación y por desequilibrar su trabajo y sentido, puesto que situaríamos en iguales términos y condiciones las propuestas de pongamos un grupo de teatro aficionado con el de un grupo de teatro profesional encubierto. En segundo lugar corremos el riesgo de sumirnos en el pensamiento liberal, cuyas prioridades son ajenas a cualquier tipo de empresa que no sea capaz de sostenerse por sí misma. Lo triste de dejarnos arrastrar por ese pensamiento lo encontraríamos cuando nuestras carteleras de cine, teatro, nuestros museos, nuestros auditorios, estuvieran llenas de basura, tal y como está lleno de mierda esa porquería revolucionaria llamada TDT.

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