Abandonad toda esperanza

Alicias

Abandonad toda esperanza, salmo 223º
Estaba cantado que acabarían encontrándose: el matemático reconvertido en escritor por obra y gracia de la fascinación que sentía por el universo infantil y por Alice Liddell en particular, y el cineasta de lo extraño que ha hecho de la estética freak una muy reconocible forma de expresarse, no podían tardar demasiado en fusionarse: después de aproximaciones apócrifas, por más que los libros los firmen Daniel Wallace y Roald Dahl, Tim Burton lleva al cine las aventuras de Alicia escritas por Lewis Carroll.

La Alicia en el País de las Maravillas de Burton, como todas las adaptaciones literarias, presentaba de partida una dicotomía infranqueable: ser fiel o no a la obra original. Pero en esta ocasión los problemas se incrementaban ante uno de los relatos más populares de todos los tiempos: no debe quedar nadie a quien no le suene la historia de la niña que persiguiendo a un conejo blanco con chaleco caía en el interior de una madriguera para dar a parar con sus huesos en un mundo fantástico. Burton podría haber seguido a pies juntillas los libros de Lewis Carroll, pero corría el riesgo de que la crítica lo despedazase por no aportar nada nuevo al mito; también podría haberse puesto en plan irreverente y saltarse a la torera las novelas, pero entonces el público se habría sentido estafado y acabaría por darle la espalda. Por ello el autor de Eduardo Manostijeras ha tomado el camino de en medio, al prescindir de la tradición visual del personaje recurriendo directamente a la obra de Carroll, que sigue bastante fielmente pero con algunas licencias: no aparecen todos los personajes de los libros, otros del film son nuevos remedos de sus correspondencias literarias, y sobre todo incluye un prólogo y un epílogo que convierten a la niña Alicia en una adolescente en edad casadera y, ahí es nada, un precedente del feminismo al incorporarla al mundo laboral como emprendedora mujer de negocios.

La película tendrá un gran éxito, y se lo merece. Pero lo que más me alegra es que el cúmulo mediático que conlleva nos permite a los lectores poder acceder a otras encarnaciones del personaje. Así, se acaba de editar el álbum homónimo que ha escrito un demasiado convencional David Chauvel -otro que no quiere traicionar ni un ápice al maestro Charles Dogdson- y ha ilustrado un espectacular Xavier Collette, por cuyo trabajo ya vale la pena hacerse con él. Lo que sí que no hay que dejar pasar es Alicia en Sunderland de Bryan Talbot: una novela gráfica descomunal -en tamaño e intenciones- que mezcla relatos y estilos, una suerte de making of que nos retrotrae a la vida y milagros del autor y de su musa infantil situándolos en la tradición de relatos orales, mitos locales y leyendas urbanas que conforman la historia de Gran Bretaña. Un compendio totalizador sobre el mito, visualmente deslumbrante y conceptualmente provocador.

Y, por supuesto, queda la obligación moral de (re)leer la Alicia de Lewis Carroll: de las muchas ediciones disponibles hay que recomendar alguna que incluya las ilustraciones de John Tenniel; yo me permito destacar Alicia anotada, donde Martin Gardner realiza una ingente labor crítica para arropar el texto original como se merece: como un gran clásico de la literatura universal, sin calificación por edades ni más etiquetas innecesarias.

Alicia en el País de las Maravillas se proyecta en cines de toda España; Alicia en el País de las Maravillas, Alicia en Sunderland y Alicia anotada están editados por Glénat, Mondadori y Akal respectivamente.

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