Testimonios dados en situaciones inestables

Antonio y Bernardo, 32 y 34 años

A - Yo lo único que quería es que me dejaran leer el EPDV en paz. Estaba en mi extremo de la barra, sin meterme con nadie. Bebiéndome a gusto una cerveza y fumándome un cigarro. ¿Es mucho pedir, joder? Pues no. El tipo en cuestión, que estaba a mi lado hablando animadamente con otros dos ejemplares de frenazo evolutivo, tenía el día gracioso. Vamos, que parecía que se estaba preparando para un programa imbécil de esos de la tele.
B – Yo tenía un primo que era un graciosillo, de esos que siempre cuentan el mismo chiste malo. Lo atropelló un camión.
A – El caso es que el tipo estaba contando chistes malos de los de toda la puta vida. Que si Jaimito; que si un inglés, un francés y un español; que si se abre el telón; que si va un vasco; que si se encuentran dos amigos… Notaba que me subían arcadas y el estómago se me revolvía. Porque además, el tipo le daba al cubata como un bebé al dedo gordo. Tenía el centro de gravedad ya en la periferia.
B – He leído que mantenemos el equilibrio por una especie de pelos que tenemos dentro de los oídos. Conozco a tipos que deben mantener el equilibrio como columnas dóricas, a juzgar por la cantidad de pelos que les asoman.
A – Pues el tipo sigue con su fiesta particular, pero veo que me va echando miraditas de vez en cuando, como esperando que yo también le ría los chistes de morirse de vergüenza que estaba escupiendo. Sí, vamos, uno de esos tipos que no pueden quedarse callados en la cola de la carnicería o en la parada del autobús. De esos que siempre tienen que decir la primera y la última palabra. Pero el colmo de la desfachatez es que el tipo, después de contar el chiste más malo de todos, el de “un tío entra a un bar con una mierda en la mano y dice: Eh, eeeh, tíos, ¡¡¡Mirad lo que he estado a punto de pisar!!!”.
B – Pues hay por ahí una estadística que dice que muere más gente de tropezones y resbalones por la calle que de dormirse conduciendo.
A – Y me mira como esperando una aprobación en forma de carcajada por mi parte. Aparte de que el tipo ya parecía un cruce entre Mr. Bean y una gelatina, la forma en que se estaba poniendo en ridículo ablandó mi corazón. Comprendí que debía mostrarle la luz y le dije con toda seriedad: “payaso”. Y el tipo salió corriendo del bar sin despedirse, el desagradecido.
B – Qué profesión tan triste la de payaso. Tengo entendido que sufre un alto porcentaje de trastornos depresivos. Parece ser que se suicidan más payasos que funcionarios de aduanas.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba